REFLEXIONES SOBRE LA FAMILIA SALVATORIANA.

Exposición en el marco del

encuentro continental de líderes salvatorianos

 

Sabaneta 26 de agosto de 2014

Introducción.

 

Empezare esta exposición por una frase de San Francisco Javier presente en el diario espiritual del Padre Jordán Libro 1 Numeral 81: “La humildad y la paciencia son la madre de grandes obras”

 

Para los que no me conocen, mi nombre es Dominique Bayet. Soy de Bélgica. Llegue a Colombia hace 28 años, casado hacia año y medio con Cristina Diaz V., quien conocí estudiando en la Universidad Católica de Louvain-La-Neuve.

 

Cristina con su familia había sido toda la vida feligrés de la parroquia de los Doce Apóstoles de Medellín y miembro del grupo juvenil en ese entonces liderado por Tulio Duque.  

 

A Cristina la conocí en 1983 por un sacerdote salvatoriano que realizaba su tesis doctoral en esta universidad belga, Ignacio Madera. La ceremonia oficial de nuestro noviazgo fue celebrada por Mario Agudelo que estudiaba en LLN pero vivía en Leuven.

 

Cuando vinimos a Colombia en el 85, de luna de miel (era la primera vez para mí) nos hospedamos en Bogotá, en el Divino Salvador.

Seguimos tan de cerca a la comunidad que 6 años después nos invitaron al primer encuentro nacional de lo que iba llegar a ser los Salvatorianos laicos de Colombia.

 

Fui coordinador de la comunidad de Salvatorianos laicos de Medellín por 12 años y coordinador.nacional, junto con Cristina, de 1998 al 2000.

Fui el primer salvatoriano laico de Colombia en realizar compromiso definitivo en el 24 de junio de 2001.

 

Desde el 1992, el movimiento se rige por un manual que prevé entre otras cosas, un grupo asesor compuesto por 3 laicos, 3 religiosos y 3 religiosas, primer órgano reuniendo en su seno la familia salvatoriana y un(a) asesor(a) religioso(a) en cada comunidad de salvatorianos laicos.

En este momento somos 120 laicos en 12 comunidades. 5 de ellas carecen de la presencia de un(a) asesor(a).

 

En el año 2000, el manual fue reformado para integrarle los 3 diferentes compromisos (a los 3, 6 y 9 años - el compromiso definitivo -) y los nuevos enfoques de formación y de trabajo pastoral.

Desde el año 1996, el movimiento tiene personería jurídica como asociación sin ánimo de lucro.

 

 

 

Actuando como el grano de mostaza en nuestras vidas, el concepto de familia salvatoriana va, lentamente y poco visibilizado, transformando las comunidades religiosas heredadas del Padre Jordán.   Mucho queda por hacer para alcanzar el sueño del fundador.

Para eso es fundamental la motivación, creación, estructuración y animación de comunidades de laicos. Pero para aceptar el desafío de hacer actual la misión salvatoriana enunciada en Juan 17 3, no puede ser de cualquier manera. He aquí mi sencillas reflexiones.

 

¿Qué es FAMILIA?

 

Una familia es la primera célula de la sociedad. Tradicionalmente está compuesta de un Papá, de una Mamá y de uno o varios hijos. En los últimos años han surgidos varios tipos de familia distintas: monoparental, recompuesta, disfuncional, homosexual….

 

Según la concepción de la familia que tenemos que viene a su vez de la familia en la cual realmente hemos crecido, tendremos unas aspiraciones diferentes de amor, apoyo, transmisión de valores, educación, repartición de tareas, organización, dialogo.

 

Si pretendemos que la mayoría de nosotros hemos crecido en una familia tradicional, ¿Será que nuestro imaginario colectivo coloca los Padres Salvatorianos como papás, las Hermanas como mamás y los laicos como hijos?

¿Y en este entonces cuantos años tienen los papás, las mamás y los hijos hoy? ¿Los Papás y mamás son ya entrando en edad, con ideas retrogradas, o son jóvenes con ideas de avanzada? ¿Los hijos son niños pequeños, turbulentos adolescentes o jóvenes adultos? ¿O es que ya todos somos “primos hermanos” en una familia extensa?

 

No parece tener nada que ver con nuestro tema pero pienso que, al contrario, el imaginario con el cual se maneja el asunto encasilla nuestros pensamientos, nuestros anhelos y nuestras acciones.

 

Así por ejemplo ¿Será que nosotros los laicos somos los hijos de alguna pareja especifica? ¿Será que los hijos pueden ser tomados como rehenes cuando 2 papás se pelean? ¿Será que los papás se pueden entrometer en la vida de sus hijos y viceversa?

 

Responder a estas preguntas es aceptar el modelo de interpretación.

 

Creo que tendríamos que, en vez de cerrar los ojos sobre nuestras dificultades mutuas, reflexionar sobre nuestra concepción de esta tan deseada familia y, como en todas las familias, crear normas y límites que facilitarían la vida común.

 

 

 

¿Por qué FAMILIA SALVATORIANA?

 

Me dirán muchos: porque hace parte de la historia, porque es lo que quería el Padre Jordán y adicionalmente es unas de las novedades del Concilio Vaticano Segundo.

 

Muy bien. Pero ¿Realmente estamos convencidos de esto? ¿Esta familia, de la cual no se hablaba hace 20 años, si es lo que realmente quería el Padre Jordán y la Madre María o eso lo inventaron aprovechando el mandado del Concilio?

 

Personalmente, estoy convencido que nuestro fundador es profeta de una nueva aurora para su tiempo como nosotros lo tenemos que ser para el nuestro.

 

Pero todavía muchos, tanto padres como hermanas salvatorianas, lo dudan.

 

¿Por qué? sencillamente porque esta supuesta familia y estos supuestos laicos nos piden cambiar nuestro cómodo actuar, nuestras costumbres, nuestra vida eclesial acomodada.

 

El pueblo de Dios es muy lindo, es muy interesante por todo lo que puede dar a los clérigos y hermanas, invitarles, alabarles, hacerles sentirse grandes e importantes mientras queda por fuera.

Pero ¿Qué loca idea tenía el fundador que quería que el pueblo de Dios se volviera parte integra de nuestra vida religiosa, cercanos, amigos de verdad, críticos, molestos, perturbadores, proponiendo una Iglesia de los pobres y para los pobres en la cual muchos todavía no nos reconocemos?

 

¿Qué hay de todos los sacrificios que nosotros, religiosos y religiosas, hemos hecho, empezando por nuestros tres votos de castidad, pobreza y obediencia cuando otros miembros, los laicos, no tienen nada de eso. Nuestras vocaciones entonces, empiezan a tambalear, nos llenamos de miedo, de celos, de envidia. Existen entonces 2 caminos: o nos llenamos de valor y enfrentamos nuestros miedos o simplemente negamos tal postura, tal propuesta, tales nuevos desarrollos de nuestra vida salvatoriana y de nuestra misión.   

 

Es por eso que muchos siguen considerando, como la Iglesia del siglo 19, que lo que quería el Padre Jordán es una insensata arca de Noé sacudida por el diluvio. Muchos todavía quieren tener a Jesús, sus enseñanzas, su vida y resurrección prisionero en sus capillas cuando la humanidad entera esta sedienta de su mensaje siempre actual y liberador.

 

Es porque no ven y no se dejan tocar, ayer como hoy, por lo genial, lo maravilloso que es la propuesta del Fundador para las comunidades masculinas y femeninas salvatorianas y para la Iglesia en general.

 

Y esta propuesta es genial, esta propuesta es maravillosa por lo menos por 2 realidades de nuestro continente que nadie negará.

 

Para nadie es un secreto el avanzado impacto de los movimientos evangélicos protestantes porque justamente la Iglesia Católica no ha sabido dar un papel protagónico a este pueblo de Dios.

 

Para nadie es tampoco un secreto la avanzada secularización de todo el continente europeo que ya toca a nuestras puertas cuando vemos nuestros seminarios vacíos, nuestras vocaciones en descenso, regiones del país sin sacerdotes o muchos jóvenes americanos del norte y del sur ni siquiera asomándose a un templo.

 

El precio de seguir vigentes, de poder realizar la misión encomendada por el Padre Jordán, de seguir respondiendo a tantos desafíos para nuestros hermanos los más pobres, de responder con el “SI” de María renovado a su vocación religiosa, es el cambio.

 

       

 

¿Hacia la FAMILIA SALVATORIANA que queremos?

 

Si partimos de la base que nuestras vocaciones mutuas son dones de Dios, si partimos de la base que todos hemos sido llamados a hacer realidad concreta la familia salvatoriana en nuestra vida como religiosos, religiosas o laicos, tenemos el deber frente a nosotros mismos, frente a nuestros fundadores, frente al resto del pueblo de Dios y frente a la humanidad entera de:

 

1.   Entrar, cada uno de nosotros, en un camino de revisión, humildad, perdón y aceptación de nuestras historias propias, de nuestros problemas personales, relacionales y comunitarios para, con la ayuda de nuestros hermanos de comunidad y de familia, reconocer la persona, la vocación, los talentos y puntos de vista del otro(a) hermano, hermana o laico como líder actuando de buena FE.

 

2.   Esclarecer el tipo de familia que queremos y su consecuencia. ¿Familia tradicional, familia disfuncional, monoparental, recompuesta o extendida hecha de Primos Hermanos en igualdad de condiciones?

 

3.   Actualizar nuestros estudios, nuestra formación de manera personal, comunitaria y en familia, seguir estudiando siempre para que nuestras reflexiones, interpretaciones y propuestas orantes, pastorales y hasta sacramentales sean en fase con un mundo siempre en movimiento.

 

4.   Aumentar las estructuras locales, nacionales e internacionales, medios de comunicaciones -  muy queridos por el Padre Jordán - y lugares de encuentros para vivir la fraternidad, el compartir de nuestras vocaciones, carisma y misiones comunes pero crear también en estas mismas estructuras normas para evitar males entendidos y conflictos.

 

5.   Vivir nuestros celos apostólicos en obras salvatorianas conjuntas multiplicando los impactos tanto al interior de las 3 ramas como por fuera

 

 

 

Quisiera terminar con un aparte de “Evangelii Gaudium” del Papa Francisco. En el Numeral 263 escribe: “En todos los momentos de la historia están presentes la debilidad humana, la búsqueda enfermiza de sí mismo, el egoísmo cómodo y, en definitiva, la concupiscencia que nos acecha a todos. Eso está siempre, con un ropaje o con otro; viene del límite humano más que de las circunstancias. Entonces, no digamos que hoy es más difícil; es distinto.  Pero aprendamos de los santos que nos han precedido y enfrentaron las dificultades propias de su época.”

 

 

Seguro que el Siervo de Dios Francisco María de la Cruz Jordán y que la Beata María de los Apóstoles deben estar, para nosotros, entre los ejemplos más queridos.