Andrés y Jacob.

Andrés y Jacob eran los mejores amigos del mundo. Siempre había sido así. Ni el uno ni el otro se acordaba exactamente cuando había empezado su amistad.

 

-          Tenía que haber sido desde el pre jardín, decía Andrés.

-          No, decía Jacob, creo que más bien que desde la cuna.

 

De hecho, la memoria de ninguno de los dos podía remontar hasta ese primer instante donde se habían reconocido como compinches, casi como hermanos. Como sus mamas respectivas que ya los habían dejado ambos solos en esta vida.

 

-          Fueron amigas del alma, toda la vida, recordaban cuando, muy a menudo, se rememoraban las dos viejitas dulces y llenas de atenciones que habían sido.

 

Y por lo tanto, Andrés y Jacob no podían ser personas tan disimilares. En lo físico, Andrés era alto delgado más bien buen mozo y Jacob, con los años, se había vuelto todavía más obeso que antes pero beneficiaba de una cara simpática, lo que le faltaba a la inteligencia fría de su amigo.

 

Lejos de ser eso aburrido o de mal gusto, se aferraban a sus ideas comunes hasta realizar juntos los grandes proyectos de la vida.

   

Se complementaban en todo: aunque no habían estudiado juntos, habían escogido las mismas carreras; habían amado al mismo tiempo las mismas chicas; habían ido juntos a realizar, de mochileros, la vuelta al mundo que habían juntos soñado y planeado durante largos años, Vivian en el mismo barrio, el que les había visto nacer. Hasta muchas veces, de percatarse de lo que ambos habían comido tal día, se daban cuenta que se habían alimentado de lo mismo.

 

Lo único en lo cual eran diametralmente opuestos eran sus aficiones futbolísticas. Ambos adoraban el futbol, eso sí, pero ambos bajo colores – verde y rojo - y equipos distintos. Y cuando se reunían a ver los partidos a la televisión, no eran sino gritos y vociferaciones, terminándose siempre por abrazos, chistes y risas.

 

Algo más separaban los dos amigos pero este tema estaba cancelado entre ellos porque un día se habían agarrados tan fuerte que se habían prometido, que para lograr guardar intacta la amistad, nunca volverian a hablar de este asunto: el de Dios.

 

Jacob era judío practicante y Andrés era católico más bien frío. Y como la frialdad de Andrés, debido a múltiples preguntas que se hacía sobre no tanto el mensaje de Cristo sino sobre la Iglesia en general, contrastaba fuertemente con la Fe expresada y no cuestionada de Jacob, nunca llegaban a entenderse sobre esta materia.

 

Lo habían intentado varias veces en el pasado, nunca para polemizar o porque Jacob, por ejemplo, habría querido convertir a Andrés o lo contrario, no, solamente porque las noticias los habían llevado a hablar de esto: los sacerdotes pedófilos, los atentados contra palestinos,  el papado de Francisco,  la beatificación de Laura Montoya o de Juan Pablo II, Jerusalén…

 

En todos estos años, no habían podido ponerse de acuerdo sobre estas temáticas.

 

Muchas veces habían inclusive llegado a posiciones tan trilladas y comunes que se habían prometido de estudiar juntos teología para conocer más de la religión. Pero nunca, absorbidos por el trabajo, habían podido empezar.

 

Y como sus pensamientos seguían diametralmente opuestos; pues mientras Andrés condenaba abiertamente las posturas de esos prelados bien acomodados en sus tronos y aplaudía cuando el papa Francisco sacudía el manzano para hacer caer todas las manzanas podridas, Jacob alababa las posturas guerristas de los gobiernos de Israel y aceptaba sin remordimientos algunos planteamientos ultraderechistas sobre la mujer o el cumplimiento de la Ley;  habían decidido mutuamente callarse.

 

No obstante de no poder hablar entre ellos de religión, habían, cada uno de su lado, buscado entender más su Fe respectiva. Es así  que, sin saberlo, los dos se habían acercado a una visión mucho menos controversial, mucha más ecuménica, sobre por ejemplo el Amor, Dios, el prójimo, los valores humanos, la familia, la amistad, contenidos que, en el fondo, vivían diariamente, mucho más importantes que las olas mediáticas siempre tergiversadas.

 

Hoy era día de clásico en la ciudad. Hoy era un día más importante que cualquier discusión filosófica a cerca de Dios y de las creencias. Hoy, a las 7pm, se iban a enfrentar los equipos verdes y rojos para el titulo de este año. Hoy iba a ser de infarto. Hoy uno de los dos iba a perder. Hoy podía haber revuelta en el estadio y en sus afueras.  

 

Pero el entusiasmo de los dos amigos era tal que poco les preocupaba los acontecimientos agresivos que podían suceder. Hacia días habían decidido no perderse semejante partido y esta noche se iban a ir para el espectáculo.

 

Todo el día, ambos se mandaron mensajes de textos poniendo en duda las capacidades futbolistas del rival: tal jugador seleccionado no estaba al máximo de sus capacidades, tal árbitro era un vendido, tal entrenador, según su historial, era mejor que el otro…

 

La amistad entre los dos hacia, tal una botella de champaña que se destapa, burbujear los ánimos. Justamente era lo que habían apostado al ganar cualquiera de los equipos: una botella del mejor cavas para sellar en alegría la simpatía intensa que los unían a pesar de los goles, los penaltis,  los tiros de esquina, los tiros libres, los tiros desde el arco.

 

Aguantaron en sus respetivos trabajos hasta las cinco y media, cerraron sus oficinas y se acercaron a los medios de transportes que eran como a 1000 voltios. Imposible coger taxi, Imposible subirse a un bus o siquiera entrar en el metro. La ciudad estaba como en estado de emergencia, como si hubiera habido un amenaza de bomba atómica, como si cada quien quisiera llegar a su casa de primero, asaltando todo el mundo para poder lograrlo.

 

Por fin, llegaron a las tribunas ya taqueadas de gente. No habían podido comprar boletos para tribuna especial, así que les toco, cada quien por su lado porque eran hinchas de equipos distintos, las gradas bravas de los fanáticos de ambos conjuntos.

Nada tenían que temer. Pues además de haberse vestido del color apropiado, lucían suficientemente fuertes para que nadie les buscara pleito.

 

El ambiente estaba ya a su culmen y la competición no había aún empezado.

 

-          Aún si juegan mal, la diversión promete ser más en el público que en la cancha, se pusieron a pensar ambos.

 

Las pancartas, los pasacalles, las luces rojas y verdes, el humo, los gritos, las canciones, los movimientos de masa como la ola, los taconeos, las vueltas, hacían parte del entretenimiento a veces más que el juego en sí. Dos horas de pura adrenalina, de de-estrés, eso era lo que muchos venían buscando.

 

Empezó la partida. Los jugadores, a principio prohibidos en sus desplazamientos por el temor a fallar a la muchedumbre, se veían a tal punto regañados que más le valía moverse, acelerar y marcar si no querían pasar por los insultos, invectivas y gestos violentos del público.

 

Y, cuando el partido muy reñido apenas entraba en su primer cuarto de hora, un jugador atacante se desplomo sobre el césped, lejos del árbitro, que sin darse cuenta y pensando en una caída fortuita, dejo jugar durante escasas 2 o 3 minutos más, permitiendo un gol de los verdes.

 

El recinto se volvió un caos. La gente se lanzo sobre la cancha para linchar al pobre hombre que se refugió en los vestiers, escoltado por al menos 20 policías. De misma manera, tuvieron que hacer los jugadores de ambos equipos mientras la multitud se apoderaba del lugar, brincando y después tumbando las barricadas.

 

Se supo que empezaron a salir cuchillos, barras metálicas, herramientas tipo destornillador y martillos escondidas antes del juego.

 

Andrés se vio empujado hacia la mitad de la cancha justo donde se enfrentaban ahora mismo los exaltados de ambos bandos. Cayó al suelo al recibir una puñalada. Se iba a hacer pisotear por el gentío. Jacob se tiro sobre la manga para proteger su amigo y entre codazos y puños logro llegar a defender al herido. Un verde defendiendo un rojo. Los delirantes extremistas no lo pudieron tolerar. A golpes y patadas terminaron focalizando sus furias, sus odios, sus rabias, sus enemistades sobre nuestros dos personajes que lograban protegerse mutuamente además de resguardar a dos niños que resultaron metidos en la revuelta y que todos iban pisoteando.

 

Días después todavía en el hospital, Jacob recobro los sentidos de su trauma cráneo, aplaudido por Andrés que se estaban reponiendo de la cuchillada y de las severas fracturas causadas por el incidente. De los pelados nunca supieron más nada: solamente que habían salidos con vida, transportados en ambulancia.  

 

Ambos, después de semanas de recuperación, pudieron por fin disfrutar de la champaña que les estaba esperando desde aquel día fatídico de campeonato. No celebraron la victoria de ningún color, no festejaron la vida de aquel jugador conmocionado o de los chicos que se habían podido salvar a pesar del tumulto, no festejaron las medidas drásticas tomadas por las fuerzas de policía después de las 7 muertes resultantes de los enfrentamientos. No. Festejaron su amistad, amistad valiosa, amistad tremenda que había llevado a Jacob y Andrés a arriesgar sus vidas por la de su amigo.

 

No siguieron nunca dejando cuestiones de creencias obstaculizar la armonía entre los dos. Pues desde ese día habían aprendido que, más allá de las doctrinas, habían puesto en práctica la esencia del mensaje: Dar la vida, como signo de Amor infinito hacia a los hombres y hacia a Dios. El resto, poco a poco, lo iban a descifrar.

 

 

-          Algo sublime paso este día. Como una entrega total, una entrega libre, una respuesta audaz al Amor de Dios y ni siquiera lo pensamos, explican ambos mirando derecho a los ojos.