PARADOJA.

Vivo en una paradoja. Mi mundo es una gran paradoja. Quiero confiar, dejar de dudar, afirmar mi fe en Cristo y así ser alegre, sonriente y feliz…pero no puedo dejar de vacilar, sospechar, traicionar esta herencia que viene de mis padres.

 

Existe en mi a la vez una persona que dice que sí y otra que dice que no, una que hace el bien y otra que el mal seduce, una que quiere lanzarse a conquistar el Reino y otra que se quiere quedar descansando.

 

No puede ser… ¡pero así es!

 

Y esto es una tragedia...expresada muy intensamente por San Pablo cuando dice: “No entiendo mis propios actos: no hago lo que quiero y hago las cosas que detesto” (Rom 7:15))

 

¿Alguna vez podré salir de ella?

 

Con facilidad podré salir de ella si dejo mi condición de fragilidad tomar las riendas de mi ser y me mande a realizar mi vida como la quiere mi parte más fútil. Podré así ser feliz por unos instantes, ser altruista para algunas personas, bondadoso para cierta gente, piadoso en fachada, y ser - en el trasfondo que solamente yo conozco - altanero, egoísta, rencoroso, rabioso, violento y triste.

 

Podré salir de ella con muchos esfuerzos, luchas y obstinación si apretó los dientes, tomo las riendas de mi voluntad y empiezo a reflexionar, analizar, evaluar las propuestas mundanas que siempre además de inmediatistas son limitadas, vacías, dejando mis deseos en una búsqueda que nunca se acaba.

 

Saldré así fortalecido de este combate, de esta guerra de trincheras para apoderarme de mi alma, de mi corazón y de la totalidad de mi ser…

 

Esta pelea, elemento descubierto en la profundización en mi fe, sé que no la puedo ganar solo.

 

Necesito pegarme de Dios en la oración, en los sacramentos, en su Palabra. ¿Pero podré realmente hacerlo olvidándome de mis semejantes, de los que caminan como yo sobre los senderos tortuosos de nuestro planeta?

 

Entonces, necesito también del otro, el que como yo está en constante búsqueda, y los dos requerimos de los demás, en equipo, en Iglesia.

 

Y necesitamos también del completamente distinto a nosotros, del que tiene tanto para enseñarnos desde su vivencia misma porque lejos de teorizarlo a EL, de razonarlo, de objetivarlo, solamente Lo vive, Lo experimenta, Lo sigue, Lo acompaña porque no tiene otra elección en su existir. Este es el pobre, el excluido, el marginado.

 

Obviamente, el también esta – como cualquier ser humano – atravesado por las mismas ansias de poder, placer, tener que yo, pero, gracias a menos opciones de respuesta, está más cerca de EL, lo entiende mejor desde su escasez y sus limitaciones.

 

Y si del necesitado, del desdichado tengo mucho que aprender sobre mi Fe, sobre Jesús y su opción preferencial, tendré también que batallar con él, a su lado, para disminuir los estragos en su condición, para denunciar los sistemas que no los deja ser el mismo y que, también, a todos nos impiden encontrar la ruta del pleno gozo del Reino de Dios.

 

En efecto, además de la paradoja interior que yo tengo como ser humano, las mismas estructuras puestas en marcha por los hombres tienen cada una en su constitución misma esta incongruencia. Es así como la justicia se vuelve injusta, las democracias autoritarias, la economía gasta y se quiebra sin jamás rendirse, la política pública busca apoyar lo particular e individual, la seguridad para todos favorece solo algunos, las industrias dan trabajo pero dañan el medio ambiente, la tecnología facilita la vida pero destruye empleos, la religión se basa sobre mensajes de Acogida y de Amor pero se protege con prescripciones y templos cerrados.

 

¿Entonces qué hay de mí con estas organizaciones? ¿Qué tengo que hacer?

 

Nuevamente me puedo dejar llevar por la buena conciencia, por la multitud conformista, por las prebendas que, cada una de ellas a su manera, tiene para los que la sirven.

 

O puedo, participando en ellas, empezar a puntualizar hechos que no son, enunciar críticas constructivas, poner en tela de juicio la manera de hacer, extirpar cayos, ser voz y luz, no para mi sino, desde una conciencia limpia, para los demás y para Él en quien creo.

 

De esta manera, sentiré que realmente trabajo a su Reino, que realizo, en parte, Su Voluntad para todos: para los otros como para mi, para los pobres, para los no creyentes, para Sus Amigos y también para EL.

 

Desde las venas abiertas del mundo, así trabaja el Papa Francisco.

Denunciando con actos y mensajes contundentes a los sistemas feroces, a nuestras actitudes egoístas, a nuestro repliego sobre nosotros mismos, a nuestras indiferencias, a nuestras tibiezas, ha vuelto a colocar la real manera de ser cristiano en el centro.

Cambia el enfoque, hace renacer la esperanza cristiana en el corazón de millones de seres humanos y nos coloca a todos, nosotros los predilectos del Señor, delante de la misma paradoja personal e institucional que muchas veces nos impide dormir.

 

Tengo que decidir si me voy con EL desde la sencillez, la plenitud de la ley, el amor para todos, el mensaje alegre de la bondad de un Dios misericordioso y la conversión constante o si me quedo estorbando desde mis legalismos, mi suficiencia, mi modo de hacer altanero, mi forma errónea de ver la vida y los demás, mis exclusiones y mis pequeñeces.

 

 

Si mi vocación esta cimentada en EL, mi decisión ya está tomada.