Las bellezas del pasado.

Si alguna vez ha tenido la oportunidad de viajar al continente europeo, no ha podido dejar de ser impactado por las bellezas arquitectónicas que puede alcanzar a encontrar en cualquier lugar: iglesias, monumentos, parques, puentes, museos, vías. Todo respira a historia.

Ciudades enteras como Roma, Brujas y Sevilla o pueblitos y rincones que viven casi exclusivamente del turismo dan fe del pasado glorioso de tantas y tantas civilizaciones que el visitante desprevenido mezcla alegremente en su diario de recuerdos.

 

Nosotros como humanos del siglo 21 nos quedamos pasmados frente a miles y miles de esculturas, casas y castillos, canales y murallas de épocas remotas descubriendo nuestra humanidad bajo ángulos insospechados, profundizando en cada visita el entendimiento del ser hombre que recibimos de múltiples objetos salidos de excavaciones e investigaciones milenarias.

 

¿Dónde están los artistas detrás de tanta hermosura? ¿Qué quisieron expresar? ¿Es realmente la versión oficial la verdadera o es solo aproximación de lo que posiblemente fue?

Y como cristiano, ¿Dónde puedo ver, sentir la mano de Dios en todo eso? ¿Realmente, podemos creer en fragmentos de porcelanas, piedras, estatuas, papiros, leer la evolución del género humano y percibir la presencia de un Ser Supremo que da sentido a todas las cosas?

 

Lo primero que alcanzamos a entender es que lo vivido diariamente, lo que constituye nuestra vida real ayer y hoy no aparece.

Nunca aparece el Amor, la Esperanza, el perdón, la creencia en un más allá en sí, sino en sus huellas: escritos, pinturas, objetos.  Todo lo que para nosotros es importante como sentimientos, emociones, palabras, relaciones entre personas no aparece.

 

Lo segundo es que, aun escrita, aun documentada, la historia se manifiesta como un gran rompecabezas llena de misterios, secretos y cosas todavía por descubrir. Las respuestas de hoy no son sino coyunturas según lo que se conoce, según el estado de la ciencia y del saber parcial de un momento dado.

 

Lo tercero es que la grandeza de cualquier obra, la destreza para realizarla y aun la motivación última de muchas de ellas tiene que ver con algo de Dios, los dioses, la divinidad: pirámides, sarcófagos, momias, tumbas, retratos, cuadros, libros… Demuestran que, a cualquier edad, el tema seguía vigente.

 

Lo cuarto es que ninguno objeto del pasado, buscando e escrudiñando bien, puede demostrarme de manera rotunda la inexistencia de un creador.

 

Lo quinto es que no se ve el mal por ningún lado. Tampoco el bien. Se ve algo que se le asemeja que es lo bello, lo bonito, lo espectacular….empezando por el hecho que muchas cosas hayan llegado intactas hasta nuestros tiempos.

 

Frente a estas constataciones, tenemos que intuir que el hecho de persistir en una negación de un ser supremo tiene más que ver con la terquedad del hombre de hoy que con lo que alcanza a decirnos la historia universal.

 

Pero, aun que nos puede aliviar la mente el poder argumentar de Su Existencia, el problema queda entero. Pues si existe, ¿Cómo y con qué sentido lo hace?

 

Muy complicada de acercar pero por lo tanto tan esencial porque tiene invariablemente que ver con mi propio sentido de vida, no puedo, al observar tantas obras maestras, eludir la pregunta. Y tampoco, una respuesta inicial.

 

Todas estas reliquias del pasado que, no solamente no desvirtúan sino que demuestran la Existencia de Alguien Superior, fueron realizadas por seres de carne y huesos, seres pensantes, artistas, que, a sus maneras, ayudaron a que la Historia, nuestra historia fuese lo que has sido.

Entonces, si hay un sentido, indudablemente nosotros los hombres hemos contribuidos a este. Somos co-constructores.

 

Y si, leyendo entre misterios y misterios, creencias y fe, nos turnamos hacía lo que, para nosotros cristianos, son las palabras escritas de nuestra religión que pone el énfasis primordial en el descubrimiento de un Dios único, de un Dios de Amor que nos creó para la Felicidad, que nos mandó su Hijo para mostrarnos el camino, sabemos que estas nos proponen un sentido que no podemos descartar.

 

Construido por millones de personas a lo largo de siglos y siglos de sabiduría, sencillamente no podemos obviar estos hechos históricos desde el orgullo de un simple mortal.

 

La historia del mundo no se detiene. La de Dios en la Historia tampoco. Quedan muchos interrogantes más por elucidar. Pero algo nos tiene que quedar claro: lo de Dios está en marcha, nos invita a emprender y abrir rutas con EL.