Entra el invierno.

En cualquier día de lluvia, granizos y hasta vientos huracanados, no sabe uno como vestirse por la mañana. ¿Llevare saco? ¿Me encartare con esta chompa? ¿Hay que salir con paragua? ¿Tendré frio a vestir solo de camisa?

 

Más allá de lo cansón que este ejercicio diario resulta ser, más allá del fenómeno de la niña o del niño que suelen predecir por error, más allá de los impactos sobre el comercio, la agricultura, el transporte, más allá de nuestra quejadera sobre que SI el tiempo del pasado eran mejores, tendríamos que preguntarnos sobre nuestra humanidad: nuestra obligación de protegernos de las intemperies, nuestros cambios de humor, este solo hecho de que si va hacer sol o que si va a llover lo que nos demuestra es nuestra fragilidad.

 

Esta fragilidad nuestra frente a los elementos naturales se refleja también en nuestras enfermedades aun fuera solo una simple gripa. Se refleja también en nuestra lucha continua para mejorar nuestra vida aun solamente se trate de comer a diario, abrigarse bien o poder ir a la escuela. Se refleja también en nuestras maneras de ver y actuar: con coraje y verraquera o con angustia, individualmente o en equipo, optimista o pesimista.

 

Nuestros temores y miedos ante lo frágil que nos vemos y nos vivimos traen consigo actitudes – aunque humanas – erróneas, lastimosas y hasta dañinas. Porque a causa de esta fragilidad nos esforzamos en ser el más rico, el más conocido, el más poderoso, el más inteligente, el más temido, el más violento. Y nuestro empeño en lo más inevitablemente lleva a que en vez de disminuir nuestra sensación de vulnerabilidad la aumenta.

 

El miedo a perderlo todo, aun teniéndolo todo, se acrecienta buscando esconder lo vulnerable que somos. Es así que cuando tenemos coquetas sumas de dineros en el banco luchamos para tener más. Cuando ya somos famosos en algún lugar, queremos que todo el mundo sepa quiénes somos. Mientras más poder tenemos, más queremos tener y cuando más fuerte somos, más violentos nos volvemos….

 

Y así nunca termina la carrera. Y cada vez se vuelve más rápida…Y siempre me pide más….hasta mi familia, mis amigos, mi ética, mi moral, mi alma.

 

En este correteo, nos volvemos orgullosos, erguidos, intratables, corruptos…solo por no querer reconocer que la vida es frágil, que somos vulnerables, que la debilidad hace parte de nuestro ser y del ser de todos los humanos.

 

Nos encerramos en autos cada vez más lujosos, en casas cada vez más grandes y “seguras”, en relaciones cada vez más lejanas, en pensamientos y actuaciones cada vez más frías. Cada vez nos entra más en el alma la lluvia, las heladas, las tinieblas y las tormentas que queríamos alejar.  

 

Mientras no nos damos por vencido y no nos reconocemos limitado, no logramos resolver la corrida hacía más y más y más.

 

“El man que está vivo” desde hace 2000 años nos enseña que para SER más tenemos que ser el más pequeño de todos y que es desde esta pequeñez, desde nuestra vulnerabilidad que logramos ser MÁS humanos, a su imagen.