¿Vale la pena?

 

-          ¡Que dolor!

 

¿Pero lo sentiría todavía la Virgen recibiendo el cuerpo bajado de la cruz de su hijo después de tantas pruebas y sufrimientos a su lado?

 

Desde las preocupaciones cuando empezó a predicar, cuando ella presenciaba los enfrentamientos y la oposición de los letrados de Israel hasta su condenación a ser crucificado,  le había dicho y re-dicho que se cuidará. La única respuesta de Jesús cuando hablaban del tema, ella atemorizada y el fresco, es que hacia la voluntad de Su Padre.

 

¡Que tenía que hacer contra la religión si su destino era guiar a su pueblo hacía la liberación!

 

Muchas veces se acordaba de lo del ángel, cuando supo que estaba embarazada, y ya no sabía que pensar. Como buena madre, había seguido su hijo, lo había escuchado, había visto sus obras, lo había aconsejado. Para llegar hasta este momento donde, sofocada por el dolor, tenía que recibir su cuerpo ensangrentado, golpeado y sin vida, que terminaría como todos…en una tumba.

 

¿Había valido la pena? Siempre valía la pena. Aún así... aún si todo se acababa esa noche…aún si nada quedaba de Él , ni siquiera su ropa…todo había valido la pena.

 

¿Vale la pena? ¿Valió la pena haber participado en la semana santa mientras otros estaban descansando o en vacaciones? ¿Vale la pena creer?

 

¿Para llegar a donde? A una sala de velación y después al hueco? ¿Para ser recordados unos instantes y luego ser olvidados?

 

Vamos a misa los domingos o a veces únicamente en semana santa o nunca, pero tenemos que preguntarnos, y seguir y seguir preguntándonos, como María lo hizo cuando recibía el cuerpo de Jesús: si esto, lo de la fe... lo de las celebraciones... lo de las oraciones...lo de la moral y de la ética...si todo esto Si vale la pena.

 

¿Vale la pena?

 

Lo único que nos podemos decir es que sin ÉL, la vida, el amor, la naturaleza, la familia, el beso intercambiado entre novios o esposos, el nacimiento de nuestros hijos, nuestra mascota, nuestro trabajo, nuestros amigos…todo eso, no tendría sentido sin ÉL.

 

Entonces tenemos que DECIDIRNOS: o nuestra vida y la de los demás tiene sentido o no lo tiene.

 

Y si lo tiene, hay, al menos TRES cosas que NO se nos pueden escapar:

o   Primero: Esa decisión implica que ratifiquemos todas mis anteriores decisiones, las positivas como las negativas, que las aceptemos con humildad y que empecemos un caminar de transformación con el solo criterio del Amor : mi carácter, mis maneras de ser, mis actitudes, mis acciones, en una palabra, todo mi ser. Esta es la conversión.

 

o   Segundo: fuimos enviados a este mundo para construirlo y a dejarlo mejor, en todos sus aspectos, aún los que no nos gustan: reconciliarnos, servir, des-acomodarnos, ayudar y luchar con los más débiles… Esta es la misión.

 

o   Y, tercero, para seguir con esta misión, para no extraviarnos, tenemos que continuar pegados de ÉL. Esta es la Iglesia, el pueblo de Dios, todos nosotros los creyentes.

 

¿Vale la pena?

 

¿A pesar del dolor, de los insultos, de las persecuciones, de las indiferencias, de los vicios, de las enfermedades, de la deshonestidad, de la envidia, de la rabia, del rencor, de la violencia que seguramente encontraremos?

 

Atrevámonos, con María a gritar: SI

 

María, apoyada en los brazos de Juan, se devolvió para la casa, esperanzada que en la Cruz y en el sepulcro, no terminaría todo, que después de la muerte, como lo había anunciado muchas veces, siguiera la resurrección… la de ÉL y la nuestra cada día cuando DECIDIMOS construir el mundo de Amor que ÉL quiere y que venimos a beber a su fuente principal: Su Iglesia.