DANA Y NADA.

Dana cerró la puerta de su casa e inicio por n-aba vez, el camino de ida al hospital de la ciudad.

 

Desde hacía 3 años todos los días realizaba el mismo recorrido: 1095 jornadas exactamente.

 

Si antes de ese fatídico 1 de octubre de 2063 le hubiesen dicho que sería capaz de esta rutina, ella habría sonreído pensando que estos actos de altruismo solo eran para los demás, más aun solamente para algunos de ellos.

 

Sin embargo, allí estaba en el bus que la llevaba hasta el punto final de la historia, hasta el punto final de su entrega, hasta el punto final de la vida por la cual había luchado, hasta el punto final de Nada, víctima de un accidente de tránsito que la había sumergido en un largo coma.

 

Hoy, 1 de octubre de 2066, la justicia terrenal había decidido: soltaría Nada a su suerte, sin sondas de alimentación, sin artífices, sin medicinas, sin cuidados y la dejaría irse poco a poco, como los doctores le habían explicado a Dana. Sin ayuda, su hermana no podría resistir más de 3 ó 4 días. Afortunadamente, decían ellos, ella no sentía, estaba clínica y cerebralmente muerta. Era como una mata que iban a dejar de regar.

 

Y allí iba a terminar un combate que ella había empezado a las pocas semanas del accidente. Los médicos, el sistema de salud, la opinión pública, la justicia, en nombre de la inutilidad social que Nada representaba en su estado comatoso, habían fuertemente sugerido que le practicara la eutanasia, la muerte digna como decían ellos.

 

Como Nada había expresado, en un video casero años antes, su fe en Cristo y su rotunda negación a lo que ya en esa época estaba en los aires del tiempo, la eutanasia, los representantes en el mundo de lo que era antiguamente una religión mayoritaria y que hoy solo tenía algunos puñados de practicantes, encabezados por el Sumo Pontífice de Roma, la habían defendido con todas las fuerzas que ellos todavía podían tener.

 

Menguada a nivel mundial por la apertura a un consumismo desenfrenado, por la “neutralidad” de los estados favoreciendo todo tipo de creencias, más aberrantes las unas que las otras, por la globalización de la cultura a través de una tecnología cada vez más invasiva, la Iglesia católica que seguía viviendo contra viento y marea había mandado el mejor de sus abogados, los mejores de sus médicos para atestiguar que Nada seguía viviendo a pesar de su postración mórbida.

 

Y Dana que no era creyente, había, por amistad irrevocable con su hermana, seguido luchando para que fueran respetados su voluntad y sus derechos.

 

Desde ese entonces, solo había habido peleas sobre peleas, demandas sobre demandas, tutelas, derechos de petición, zancadillas judiciales, primeras planas de los noticieros electrónicos, azotes de periodistas. Hasta le habían decretado una semana de casa por cárcel a ella que no había hecho sino defender la vida de Nada.

-           -  Al menos, para esta última decisión legal, todos los periodistas que acampaban delante de mi edificio ya se han replegado en los jardines del hospital, pensó Dana bajando del bus. ¡Obviamente para asistir como muchos curiosos al momento funesto de la desconexión de Nada!

 

El inminente jurista católico que llevaba el caso por orden de la Santa Sede se acercó a Dana: había hecho todo lo posible para que este momento nunca hubiera pasado. Pero ya el estado, como la mayor parte de los países del mundo, desde hacía 50 años al menos, habían legislado en contra de la vida humana: primero había sido el aborto, después, el matrimonio igualitario y la rectificación genética y por último la clonación humana y la eutanasia. Decían los que conocían la historia que Hitler, ese dictador alemán, había perdido la segunda guerra mundial del siglo pasado pero que sus ideas tan repugnantes en ese entonces habían vencido. Otros decían que había ganado el maligno.

 

Dana consideraba que el combate del mundo contra la muerte, contra el hambre, contra la pobreza, contra el sufrimiento  de antaño, hoy se había convertido en dejar vivir solamente a los política, económica, científica  e inteligentemente correctos. ¡Pobre, triste, horrorosa concepción de la persona!, meditaba mientras las enfermeras se acercaban alrededor de lo que parecía ya más a un féretro que a una cama hospitalaria.

 

Todo ese tiempo de lucha, de dolor, de incertidumbre no había sido en vano para Dana. Empujada por las muchedumbres a reflexionar sobre el sentido de la vida, de su vida, del mundo, de los demás, de la historia, la habían llevado al estudio de la antropología, de la filosofía y de la teología. Ayudada por el legista italiano, poco a poco se había abierto a la fe pero también al amor, conceptos que, en la religión cristiana, estaban estrechamente unidos. Más que conceptos, para Dana se habían vuelto realidad.

 

Alejandro, ese era el nombre del doctor en leyes romano que le había robado el corazón, había enviudado hacía varios años y había encontrado en Dana la media naranja que había seguido buscando.

 

Los dos habían vuelto a descubrir los escritos de Santo Tomas de Aquino.

-            -   ¡Ah, que estaban lejos los tiempos en que se consideraba la persona humana como cuerpo y alma!, habían murmurado los dos, al salir de la biblioteca donde todavía se guardaban rastros de estos pensadores.

 

-          En internet ni pensar encontrar ya de estos temas, había lamentado Alejandro.

-        - No allí, después de la revolución cibernética de 2041, solo existe lo “social” y “democráticamente” decidido por el poder de las masas…o por lo menos de sus representantes, explico Dana.

 

Definitivamente, ella se sentía bien al lado de este erudito, escuálido, barbudo meridional que poco a poco se había metido en su vida, en sus creencias y en todo su ser.

 

Que suerte había tenido porque había estado allí cuando, fruto de las investigaciones de los medios de comunicación, había aprendido un día en el noticiero matutino que Nada no era su hermana gemela sino su clone. Esta noticia, confirmada por diferentes documentos de los laboratorios clínicos y de los registros de huellas dactilares, a defecto de los testimonios de sus padres muertos años atrás, le había revolucionado las ideas y su quehacer para Nada: ¿Cuál era el sentido de ayudar a su hermana gemela si ni siquiera era su hermana? ¿Por qué tenía que seguir viviendo Nada si ella, Dana, era su perfecta copia?

 

Pero Alejandro le había hecho otros tipos de preguntas respecto a sus mentes, sus pensamientos, sus creencias y al final sus almas y sus destinos que la habían desconcertado hasta que él la había tomado en sus brazos  y la había hecho sentir tan única e irrepetible y ya no podía seguir creyendo lo que decía la gente del común: la vida es solamente sustentada por su utilidad social.

 

No definitivamente en los brazos de Alejandro, Dana había experimentado que la vida era sustentada por el Amor.

 

Y era ese amor, amor recibido y dado, amor como derecho, amor como deber, amor como huella de Alguien más Grande, que desde todo este tiempo, la había sostenido en su cruzada contra el gobierno, las instituciones, los organismos indiferentes y engreídos, el público manipulado, los medios dictando lo que había que pensar.

 

Hoy, posiblemente iba a perder una batalla, desconectarían a Nada, pero ella seguiría la guerra, la guerra santa de la dignidad de la persona humana, del Amor y de la Felicidad.

 

Hoy renovada en Cristo, se sentía triste por la partida de Nada pero dichosa porque, por primera vez en su vida, sentía que esta misma tenía sentido. Nada le había regalado la plenitud, le había regalado una nueva vida, testimoniada en la Biblia que Alejandro le había enseñado a leer, a interpretar y con la cual se tenía que comprometer.

 

Dana se acercó una última vez a la cama de enferma de su hermana y, como lo había hecho miles de veces, sin recibir la más mínima respuesta, le dio un beso mojado en la mejilla.

 

Nunca supo si había sido su imaginación, su beso o el ambiente desesperado y desesperante del momento, pero le pareció que Nada había sonreído. Hasta le vio una lágrima surgir de sus ojos.

 

Este hecho captado por las cameras, estas dos reacciones tan inesperadas de parte de alguien ya muerto, hizo que se revirtiera el dictamen legal y que Nada pudiera seguir conectada.

 

Dos días después se despertó de su letargia y empezó a contar su increíble vida detrás de la muerte. Ella siempre había estado ahí, consciente pero sin poder moverse, ni decir, ni comunicarse. Experiencia traumática pero también muy bella al ver y entender la pelea de la cual hacía parte: la vida contra la muerte, el bien contra el mal, creer o no creer, el estatus de la persona humana, una multitud de preguntas sin respuestas que se había hecho el ser humano desde el  inicio de los tiempos.

 

Nada es ahora religiosa de clausura en uno de los pocos conventos todavía existentes, orando el Dios con el cual convivio 3 años, para que la humanidad vuelva a descubrir Su Camino.

 

Dana se casó con Alejandro. Tienen 3 hijos. Están involucrados de lleno en movimientos en pro de la vida...a la espera de la Vida Eterna.

-          -   Dentro de muchos años, dice Dana, te dejare partir hacía el Amor Infinito, pero hasta ese momento, déjame gozar de tu amor bien terrenal.

 

-        -   Con el mayor de los gustos, replica Alejandro, besándola. Es el amor terrenal, antesala del Amor Divino, que tenemos que volver a poner a la orden del día en este mundo tan deshumanizado, agrego.