ENTRE LA MUERTE Y LA RESURECCIÓN.

 

Estábamos todavía lavando la loza cuando llego Matías con los víveres que nos había mandado Lázaro desde Betania. Y lo que nos dijo nos llenó de estupefacción y de miedo: habían encontrado a Judas colgado en un terreno cercano. Las malas lenguas decían que se había suicidado, pero nosotros que lo conocíamos bien pensábamos que eso era muy improbable. Más bien lo habían matado para callarlo y por rebote, robarle las monedas recibidas de los sacerdotes camuflando su muerte en suicidio. Nuestro turno estaba por llegar… Nos estaban buscando para acallarnos a nosotros, los testigos de la muerte del Nazareno.

 

Obvio, éramos muchos los que habíamos presenciado esta muerte inocente, pero pocos los que queríamos denunciarla al Cesar. Solo podría ir hasta Roma uno de sus amigos. Y yo, Pedro, por recuerdo y profundo agradecimiento a la persona más maravillosa que había conocido, pensaba poder lograrlo…si me dejaban salir de esta ciudad donde en cada rincón había un soldado romano listo para asesinarnos. Porque ya veíamos, con lo de Judas, que esa era la orden: no dejar a nadie vivo entre sus discípulos.

 

-          ¡Maldita sea! exclamó, Felipe, ¡hay que salir de aquí lo más rápidamente posible!

 

-          Ya no podemos. Todavía es de día, replico Natanael. Hay que esperar la noche, mejor dicho, el alba, cuando los soldados están ya muertos de sueño para escabullirnos entre las sombras.

 

-          ¡Maldita sea! repitió Felipe, otro día que hay que esperar. ¿Pero esperar qué? Ya sabemos que está muerto. Ya lo sepultaron. Ya no hay nada que hacer. ¿Ustedes creen que va a resucitar o qué?

 

-          Para creerlo tendría que poner mis dedos en su costado, respondió Tomas.

 

Nuevamente, un silencio lúgubre se instaló entre nosotros, el silencio mortal que se apoderaba de nuestras mentes al recordar cada detalle del suplicio del moreno. La corona de espinas, los latigazos, las burlas, los clavos en sus manos, la lanza perforando su piel, todo, absolutamente todo, era para nosotros un calvario espantoso mezclado explosivamente con remordimiento, con rabia, con impotencia y con desilusión.

 

-          Caray, mujer, ¿puedes poner cuidado al servir? Me derramaste la sopa en la túnica, la única que tengo, digo Santiago a la Magdalena. Y deja de llorar. Tu gran amigo está muerto. ¡Muerto! ¿Me entiendes? Hace 2 días lo enteramos. Y no hemos sabido nada de él.

 

-          Si era mi amigo, era también el tuyo y el de todos. Y ustedes no hicieron nada, contestó Magdala, bravucona.

 

-          ¿Y qué íbamos a hacer si estaba rodeado de soldados, de toda esa gente del Sanedrín y de todos los vendedores del templo? justifico Andrés.

 

-          Además, Jesús mismo no nos dejó defenderlo en el monte de los olivos, agregó Bartolomé. ¿No vieron como curo el sirviente del sumo sacerdote cuando sacamos las espadas?

 

-          A mí, lo que me parece es que Jesús ya estaba cansado de tantas correrías, de tanta gente siguiéndolo, de tantas peleas y persecuciones que prefirió entregarse, añadió Tadeo.

 

-          ¿Pero es que eres tonto o qué? ¿No ves que actuando así nos salvó la vida a todos? No sea malagradecido, hombre, le dije yo subiendo el tono.

 

-          No ves que el hermano del sirviente que curó me contó ayer que había visto a Jesús, desnudo, triste, recibiendo golpes de la guardia sin siquiera moverse ni replicar o al menos tratar de esquivarlos.

 

Lo que Tadeo nos dijo nos dejó perplejos a todos. ¿Sería que el nazareno, ya estaba harto de la vida? No. No podía ser posible. Él que siempre era alegre, entusiasta, entregado a la gente. Él que me había salvado de las aguas. Él que había, como para todos sus amigos, hecho de mí un hombre nuevo. Nos sentíamos tan bien cuando nos hablaba, nos contaba historias, reía, bebía y comía con nosotros, hasta cuando nos regañaba y, a mí personalmente, cuando me perdono el haberlo traicionado.

 

Y como respondiendo a mis reflexiones, Simón el zelotes se puso a hablar:

 

-          Carajo, por lo tanto no estuvimos locos cuando lo vimos realizar los pródigos que hacía. Cuando curó no solamente al sirviente sino también a los leprosos, a los enfermos y al paralitico… ¿Se acuerdan del paralitico? Casi nos echan de esta casa porque habían destruido el techo.

 

-          Puede ser que hemos soñado despiertos. Quizás nuestro amigo era un excelente mago, un humano con un don especial para curar, adelanto Judas el de Santiago.

 

-          En todo caso valdría la pena escribir todas estas historias, sugirió Mateo.

 

-          Sí, pero no vaya a hablar mucho de nosotros: pescadores, pobres muertos de hambre siguiendo a un crucificado, ¿A quién le interesará esta historia? No pierdas tu tiempo. Y pensamos más bien como salir ilesos de este lugar antes que nos apresen, repitió Felipe.

 

-          Ustedes se pueden ir. Al fin y al cabo son gallinas galileas. Yo me quedo. Demostraré que nuestro amigo no murió en vano. Tomemos nuestros cuchillos y sigamos la lucha, grito el zelote como para darse valor.

 

Lo de la gallinas galileas nos enfureció a Santiago el del Zebedeo y a mí a tal punto que alzamos nuestros asientos al mismo tiempo para pelear.

 

Juan intervino para poner fin a los ruidos que podía atraer la atención de los transeúntes y se puso a examinar con pasión lo sucedido.

 

-          Por un lado, Jesús nos defraudó a todos, murió como un bandido, nos prometió muchas cosas, nos mostró como vivir en plenitud pero toda su vida fue pobre, nos enseñó las Sagradas Escrituras transformándolas. Del otro lado, nos inició al Más Allá, porque tú, Pedro, tú, Santiago, lo vieron como yo en aquel monte alto rodeados de Moisés y de Elías. Y resucitó a Lázaro que estaba muerto y que ahora está bien vivo. Hay muchas cosas que no entiendo, concedió de una voz casi inaudible que sin embargo todos escuchábamos, porque todos nos hacíamos en secreto las mismas preguntas: preguntas sin respuesta válida, sin respuesta razonable, sin respuesta imaginable. ¿Por qué tenía que pasar así? ¿Por qué tenía que terminar así?

 

Entonces tomo la palabra María, la madre de Jesús, que, hasta ese momento, se había quedado silenciosa escuchando los tumultos desde un rincón.

 

-          Hombres de poco fe, sé que Jesus o más bien su Padre trae algo entre manos.

 

-          ¿Quién José? Mama María, José, su esposo, está muerto desde largos años, dijimos compadeciéndonos de la pobre mujer a la cual los eventos hacía perder la cabeza.

 

-          José, No. Su Padre celestial, insistió.

 

-          Sí, mama María, nuestro padre a todos como decía Jesús, el Dios del cielo, repetimos lentamente como para dar razón a la mayor.

 

-          No. Su verdadero Padre. Dios fue su verdadero Padre.

 

-          Doña María, no se lastime más con su hijo, murmuro la Magdalena. Todos lo amábamos mucho.

 

Juan la cogió del brazo para llevarla a descansar pero ella se resistió y empezó a hablar de una voz que nunca le habíamos escuchado. Nos contó como Dios le había regalado un hijo, como había nacido en un pesebre, como se había escapado a los 11 años en un viaje de vuelta de Jerusalén, como había crecido a lado de José, su padre adoptivo, y había aprendido el oficio de carpintero…y muchas otras cosas más.

 

-          Es por eso que creo firmemente que Dios se trae algo entre manos, que la historia no ha terminado sino que apenas empieza. Dios tiene una propuesta de Salvación para cada uno de nosotros y para todos los humanos.

 

Estas palabras, pronunciadas en la penumbra del día que ya oscurecía, producían en nosotros una reconfortante curación, se esparcían como un suave bálsamo sobre nuestras almas heridas de tantos golpes, de tantas dudas, de tantos miedos.

 

-          Bueno, gracias, mama María, por tan bonita historia, pero mañana hay que madrugar, digo Felipe, rompiendo el hechizo. Salgo con Cleofás para Emaús a primera hora. Tendrían que hacer lo mismo. Después, la ciudad, sin todos los turistas que vinieron por la Pascua, será todavía más peligrosa para nosotros.

 

Desatendiendo los sabios consejos de nuestro compañero y con los corazones nuevamente ardientes, Juan, Magdalena, Mama María y yo decidimos ir al sepulcro al alba, el otro día.

 

Al canto de los gallos, los pájaros matutinos también levantaban sus cantos hacia al Cielo celebrando el venida de una Nueva Humanidad. El Jardinero encontrado en el huerto resulto ser Cristo Resucitado.

 

Hermanos, les cuento eso hoy porque soy testigo de que el Señor realmente ha resucitado. Pero, creer eso no fue fácil. Al igual que encerrado por miedo a los soldados el segundo día cuando dudábamos, renegábamos, negábamos todo lo ocurrido, seguimos así de tercos hasta que Él se nos apareció una y otra y otra vez y que nos mandó Su Espíritu que nos dio la fuerza y el entendimiento para anunciarlo. 

 

Hoy ese Espíritu sigue actuando en nosotros, los que creemos, pero también en los que lo buscan, en los que no lo conocen todavía y hasta en los que lo rechazan. La Buena Nueva está en marcha para todos los humanos…siempre entre la muerte y la resurrección.