La joven Andrea.

Andrea estaba sentada en una banca de la plaza principal del pueblo escuchando los argumentos de su novio.

Tenía el corazón destrozado pero por nada en el mundo, lo habría mostrado. No hoy. No cuando él se estaba disculpando.

 

Él y ella habían empezado una bella relación hacía 5 meses. Se habían encontrado en una fiesta que daban 2 amigos que se iban a casar. Él la había visto, invitado a bailar. Bailando toda la noche ya sabían a la madrugada que eran echo el uno para el otro.

 

Tenía 23 años y terminaba sus estudios de biología, ella tenía 21 y trabajaba en una empresa de exportación, después de haberse graduado de tecnóloga en servicio al cliente. Tenía los ojos azules y ella una linda cabellera negra rodeando una cara angelical. Era de la ciudad mientras ella venía de un pueblo cercano.

 

Se habían prometido amor eterno. Ese amor que se estaba acabando en este rincón soleado. Le estaba explicando con lujo de detalles porque hacía 3 semanas había ido, sin ella, a cine con una supuesta prima que había venido del extranjero, porque hacía 2 semanas había pretextado una gripa para no ir a un asado previsto desde meses donde un familiar de ella, porque hacía 1 semana se había encontrado con él en el centro con un enorme peluche debajo del brazo que hizo que casi no lo había reconocido – pero si era él, todo encartado con esta felpa y con su propio cuerpo -. Estaba aquí, rascándose el cabello, jugando con sus manos, mirando al suelo o a las nubes y recitando frases y cuentos que ella ya se conocía de memoria: la amaba pero quería un tiempo de reflexión, que lo perdonará, que ya no sabía…. En fin, las mismas cosas banales que unos 5 novios antes que él le había dicho.

 

Al primero, Andrea había esperado, llamando cada 2 días a ver cómo iba su pretendido prometido confundido y sumergido en las dudas. Después se había acostumbrado de la manera en que tenían los hombres a despedirse definitivamente.

 

Pero esta vez, la sexta, le pregunto a su ya ex, enfadada, las razones reales de su despecho. No habría tenido que hacerlo porque las motivaciones que le dio el fanfarrón la hirieron hasta el alma: que su familia campesina no era suficiente para él, que ella tenía un carácter imposible, que su manera de ser era muy niña, que prefería las más maduras como su estupenda pariente, que su cuerpo que nunca le había querido dar era sublime por fuera pero podrido por dentro…

 

Andrea no logro contenerse y, antes de fundir en lágrimas, se despidió a puños, de estos puños indolentes de mujeres, respondiendo a los golpes contra la autoestima que él le había propiciado, sin saber que era la manera torpe – como de todos los humanos - de librarse de la culpa.

 

Desde este día, encerándose en una dignidad errónea, Andrea no volvió a tener pretendientes. Todos los anteriores y especialmente el último le había dejado una herida abierta que ya no sangraba pero que no cicatrizaba porque ella, por miedo a recaer en las trampas del amor, no quería que se curara.

Eso dolía tanto, tanto, que valía más sufrir de soledad, sufrir por falta de cariño, sufrir por diferente a todas las chicas de su edad que andaba para arriba y para abajo con sus consortes. ¿Cómo hacían? Ella, que a los 15, se enorgullecía de saber todo sobre el tema, a los 21 estaba desamparada.

 

Sus padres, atentos a su desazón interna, se ofrecieron para hablar con ella, distraerla acogiéndola más a casa, sin saber que Andrea les daba por responsable de su desdicha. ¿No es que su último ex enamorado le había revelado que ella por ser hija de campesinos no se lo merecía?

 

Andrea siguió así 2 años largos, evitando cada nuevo encuentro con desconocidos por temor a volver a padecer, mostrándose detestable, arrogante, inabordable cuando – por azar de la vida – tenía que relacionarse con el sexo llamado fuerte.

 

Andrea seguía con sus interrogantes y sus dudas.

 

¿Sería porque nunca jamás le había permitido a ninguno de ellos de robarle la virginidad? Por lo tanto, Andrea no era, propiamente hablando, una monjita. Aún más, ella no practicaba ninguna religión. No creía y punto. Pero como toda joven que se respeta, creía firmemente en un príncipe azul, por el cual tenía que reservarse. Al fin y al cabo, había conocido muchas de sus amigas que se había embarazado a temprana edad, a pesar de todas las clases de educación sexual y de los ejercicios pedagógicos que consistía en cargar un muñeco consigo por todas partes durante meses. Hoy la mayor parte de estas compañeras no habían podido estudiar y cuando seguían todavía con su pareja, tenían ya 2 o 3 chiquillos. No definitivamente, eso no había sido nunca del gusto de Andrea. Por eso había tomado la decisión desde jovencita de resistir a la tentación de experimentar.

 

¿Sería porque venía de una familia pobre? ¿Qué había tenido que superarse toda la vida? Por eso, ella tenía un carácter pujante y obstinado que le gustaba. Echada para adelante. Aunque coqueta, nada de seductora, ni tímida, ni con estos aires fingidos de vulnerabilidad que le gustaba tanto a los hombres protectores. No. Desde pequeña, había tenido que saber lo que quería en la vida y lo estaba consiguiendo: estudiar, trabajar, salir del pueblo y viajar. ¿De pronto eso les asustaba a los chicos?

 

¿Sería que así como era, ni fea ni bonita, ni larga ni trocita, atraía al sexo opuesto? Se consideraba normal, le gustaba así, con poco busto, las nalgas redondas, el pelo abundantemente oscuro y la cara expresiva y jovial. Definitivamente, sí. Se sentía bien con su cuerpo, aunque le habría encantado medir unos centímetros de más. Pero tampoco por eso se martirizaba los pies con  tacones altos. ¿Pero eso era lo que apreciaban los masculinos en una mujer? ¿No le cautivaban las actrices y modelos que se publicitaban en las revistas? Si era así, Andrea no tenía posibilidad alguna de encontrar un muchacho a su medida que quisiera, como ella, fundar una familia, tener hijos y vivir felices.

 

Andrea se acercó a la taquilla de la universidad para depositar el dinero de la matrícula de la licenciatura que, a sus 23 años, había decidido seguir estudiando: trabajo social. Dos o tres años de clases nocturnas después del trabajo no le daba miedo, ella que no tenía novio y que regresaba cada día a su pieza amoblada a ver televisión, a leer o a escuchar música. Se iba a dedicar a su futuro, de ella misma, ella sola, sin nadie que le pudiera estorbar.

 

1 semana después, era su primer día de clase. Atravesó  la cafetería, entro en el salón de clase indicado en las hojas del programa académico. Entonces lo vio. No tuvo necesidad de hacerse notar, pues habían cambiado de aula para su asignatura y había entrado equivocadamente en una materia de teología. ¡Pero ya lo había visto! El profesor, un sacerdote gruñon, la mando afuera. ¡Pero ya lo había visto! Este efebo que se había vuelto a su entrada y le había sonreído de toda su dentadura blanca. Blanca en una cara negra. Era él. Andrea no lo tuvo que pensar 2 veces. Era él. Aunque tuviera que volver a entrar y a hacerse regañar nuevamente. Era él.

 

Pero ya su cátedra había empezado y se tuvo que dirigir, con sus nuevos compañeros, a escuchar la “introducción a la psicología” dada por una maestra joven algo cosquillosa sobre la asistencia.

 

Andrea tuvo que esperar 20 largos días antes de volver a ver SU muchacho. Pues, como todo seminarista, se había ido a retiro. Además sus planes de estudio – ya lo había averiguado - no coincidían en nada con los de ella. ¡Solamente, esa materia de teología de la cual se iba hecho eyectar!

 

Tito, así se llamaba, no tenía ni idea de los entramados de Andrea, pero le gusto volverla a ver sentada con los otros estudiantes en su clase de teología. Nuevamente le regalo su sonrisa esplendorosa, sonrisa por la cual ya Andrea había caído como muerta. Ella podía decirse lo que sea, volver a recordar sus malas experiencias pasadas, decirse que él tenía vocación, que él era reservado para Dios, ella no se lo podía quitar de la cabeza.

 

Tito se extrañó cuando ella se le acercó para realizar el trabajo en grupo que el profe gruñón le había solicitado sobre un texto de San Pablo.

Se extrañó aún más cuando Andrea le confesó que no sabía manejar una biblia. ¡Que chica tan asombrosa que le enseño la esencia del pasaje de San Pablo cuando ella aparentemente nunca se había preocupado por la religión!

 

Y Tito que, hacía 3 años, había venido de su lejano país mandado por el obispo de su región encontró en Andrea la amiga – oh, solo amiga – con quien pudo, además de discurrir sobre Pablo 1 Cor 13, comprender más a la cultura del nuevo continente: porque no se bañaban todos los días, porque – de lo que sufría enormemente – eran tan fríos, tan reservados, porque eran tan estrictos sobre los horarios, porque comían caballo, porque, porque, porque. Aprendió con ella miles de canciones y películas nuevas. Él le enseño la religión, Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Intercambiaron recetas de cocina. Bebían las palabras mutuas como si fuera agua viva, esta agua que le explico Tito era la misma que Jesus había regalado a la samaritana.

 

 Y Andrea y Tito se volvieron indispensables el uno para el otro.

 

Tito se alejó durante 1 mes, después de besarla en un momento de debilidad. Durante ese tiempo entro en crisis, preguntándose qué camino coger, literalmente descuartizado entre la vocación, su lealtad a Jesus y a su obispo y lo que entendía como un amor naciente, bonito, confiado, que movía montañas o al menos que a él le movía el piso.

 

Viendo las torturas vividas por su alumno, después de haberlos visto juntos, el gruñón catedrático de teología lo cito y le explico la imagen de la Sagrada Familia, de la unicidad del Amor, del Amor humano como experiencia cercana al Amor de Dios, del Maestro del Amor y su Voluntad en cuanto a él, Tito, y ella, Andrea.

 

 

Andrea y Tito son ahora esposos. Se casaron hace ya 20 años. Y aunque viven dichosos y que todos los días dan gracias a Dios por su pareja y sus tres hijos café con leche, no han olvidado las tensiones propias de la edad juvenil, cuando todos los caminos son posibles pero también muy asustadores. Se han vuelto referentes y padrinos en una asociación preventiva de matrimonios rotos, ayudando a discernir a cantidades de jóvenes en busca de sus verdaderos compañeros de vida, de una vida sana, plena, alegre y feliz.