Como entender mejor la Resurrección.

De bebe, nos fascinaba la manera en que nuestra mama se escondía detrás de un sofá para luego reaparecer rápidamente y abrazarnos efusivamente.

 

Sentíamos en ese momento una dicha sin precedente porque el ser amado regresaba. Eso nos producía una sonrisa de oreja a oreja porque habíamos vencido los miedos típicos de la niñez a saber el de ser abandonado y el de ser separado de nuestros amores. Más tarde en nuestra infancia, el juego “escondite” tenía las mismas funciones.

 

Así poco a poco aprendimos la permanencia de las cosas y de las personas que nos rodeaban, poco a poco adquirimos el autocontrol necesario para poder lidiar con la ausencia sin que esta signifique muerte.

 

Aprendimos a saber que, aunque no estén papa y mama, volverán después del trabajo, que el abuelo que vive a 3 cuadras sigue allí aunque no lo veamos, que la tía que reside en Europa sigue pensando en nosotros, que toda la gente que no están presentes sino de vez en cuando siguen vivos al igual que nosotros.

 

¿Pero qué pasa si un hijo, un papa, una mama, un pariente desaparece de un día para otro, sin más rastros, sin más huellas, sin más índices? ¿Qué pasa si nuestro ser querido que hace apenas unas horas estaba con uno, ahora ya no está, sin haber muerto?

 

Si estuviera muerto, si había seguido la ley inmutable de la vida, si supiéramos que paso a otra vida, nos dolería, nos haría llorar su partida, nos entristecería por el apego que tendríamos que guardar en el baúl de los recuerdos.

 

Pero cuando no sabemos, cuando no podemos saber qué fue lo que paso,  cuando no hemos visto su cuerpo físico inerte, sino que pensamos que podría seguir con vida, pero no bajo nuestro cuidado, nuestra atención, nuestro amor, eso nos es insoportable.

 

Imaginar que nuestra hija de 7 años haya sido secuestrada por redes de esclavitud, que nuestro padre haya sido asesinado por sus ideas o por sus actos sin saberlo con certeza, que nuestro joven haya sido ultimado una noche porque contaba por unas recompensas sin que aparezcan sus restos, no nos puede dejar sino estupefactos, impotentes y revolcados.

 

Es precisamente así que se sienten los familiares de estos humanos cuya única culpa fue solo de estar allí en un momento angustioso de la historia.

 

Imaginar lo inimaginable es lo que nos toca hacer cada día al frente de las noticias las más aterradoras…hasta que a nosotros nos toque.

 

Y volvemos a vivir los miedos de nuestra niñez de estar separados de nuestros seres queridos.

Y seguimos esperando como estas viudas de marineros que aguardan toda la vida la vuelta del pescador perdido en alta mar.

Y seguimos pidiendo explicaciones como estas madres ancianas que todos los días salen a exigir cuentas en las plazas.

Y seguimos aplaudiendo cuando alguien, alguna vez, demasiados años de agonía después, informa de la suerte del pariente olvidado…porque nosotros no podemos olvidar torturado diariamente por la incertidumbre.

 

Los desaparecidos siguen vivos, siguen presentes porque, por mala suerte o convicción, ellos dejaron sus rostros, sus señales que se vuelven signos, sus improntas en el corazón herido no solamente de sus seres queridos sino de la humanidad entera. Siguen vivos para volvernos más pendientes del otro, más cercanos al dolor, más sensibles a los dramas, más hermanos en un mundo deshumanizado. Siguen vivos para lamentarnos continuamente de las faltas que habremos cometido, para pedirles disculpas, para remover nuestras culpas, para seguir llorando sobre nosotros mismos y las desfachateces de nuestras sociedades.

 

Y súbitamente, empezaremos a entender mejor la Resurrección de Jesús: dejar en nosotros crecer más rasgos de Humanidad y de Amor y volvernos libres de la esclavitud y de los tormentos de nuestros errores.  

 

 

Y podremos ver con El Resucitado, en cada momento, como venceremos la muerte y la indiferencia al buscar, investigar, reflexionar, pedir, compartir, en Su Nombre y en el nuestro, Justicia y Verdad para el hermano violentado.

Si no actuamos, seguiremos muriendo en vida, con fantasmas de niñas, de jóvenes y de padres que continúan atormentándonos, que angustian nuestra buena consciencia y que no nos dejan Vivir en PAZ.