RECREANDO LA PASIÓN DE JUDAS.

 

Judas estaba desesperado: el martes le había llegado la noticia del encarcelamiento de Barrabas, su amigo y líder de los Zelotes.

 

Barrabas se sabía vigilado. A pesar de eso se seguía reuniendo con los grupos de rebeldes formados en Jerusalén. Era al salir de una de estas reuniones que lo habían cogido y llevado al templo Antonia. Después de la sacada de los mercaderes del templo el domingo, por Jesús, los sacerdotes y el procurador Pilato tenían los nervios de punta. Sentían venir la revuelta y tenían que actuar con rapidez. 

 

Judas estaba desesperado, pues veía que la causa por la cual, él y muchos patriotas, habían luchado durante años, se estaba desbaratando. Con Barrabas preso, el único líder que quedaba era Jesús. Pero el hombre era esquivo y no quería involucrarse en política, a pesar de que su padre José hubiera sido molestado constantemente por las fuerzas del imperio, por haber recibido en su casa partidarios de la causa. Eso había pasado hacia años, pero tenía que haber marcado a su joven hijo. Pues estas incesantes contrariedades y estos señalamientos le habían impedido realizar su trabajo de artesano más de una vez. Y José se había enfermado para luego morir, dejando su hijo solo con su madre María. Seguro que a Jesús le habían quedado resentimientos de aquellos acontecimientos sobre los cuales Judas contaba para poner al joven maestro de su lado, del lado de la causa de los rebeldes, del lado de los defensores de la patria.

 

Judas había ingeniado un plan para iniciar la revolución.

 

Primero se acerco a Pedro y Santiago, los más inmediatos a Jesús, para hablarles de su idea. Como estaban de acuerdo, les había conseguido espadas para protegerse en caso de irrupción de los romanos a cogerlos presos o a prender al galileo.

 

Segundo, les había insistido en indagar a Jesús sobre sus propósitos para ver lo que él pensaba.

 

Tercero, lo iba a entregar a las autoridades romanas que lo buscaban. Así mataría dos pájaros de un solo tiro: dar la señal del inicio del levantamiento contra las fuerzas imperiales y recibir la recompensa de 30 denarios para comprar armas y seguir peleando.

 

Y Judas, zelote de primera fila, íntimo de Barrabas y de Jesús, miembro del estado mayor de la subversión, estaba ahora delante del sumo sacerdote, traicionando a sus amigos.

-          Si, su excelencia, yo sé dónde van a estar celebrando la pascua. Pero el mejor momento, el que impedirá todo disturbio, será cuando se alejaran de la ciudad.

-          Para identificarlo a sus soldados, le daré un beso.

 

Lo del beso lo había hablado con Pedro como señal de comenzar la pelea. Entre más romanos cayeran muertos esa noche, mejor sería. Ya algunos de los apóstoles estaban armados. En la oscuridad podrían llegar a matar a los 20 soldados prometidos por el jefe religioso para acompañarlo en la supuesta entrega. Seguro que Jesús también utilizaría unos de sus trucos de magia, que nunca había podido entender, pero que eran muy efectivos.

 

Judas se presentó esta noche para comer la pascua y finiquitar los detalles de la rebelión a la hora acordada. Trato de convencer a Jesús antes de entrar pero este le contesto, pareciendo recordar un acontecimiento lejano: “Retírate, Satanás, porque está escrito que no tentaras al Señor tu Dios”.

Judas siguió allí, pues no había terminado su tarea: le faltaba concretar bien a los discípulos, especialmente a Pedro. 

Entonces el nazareno tuvo un gesto que le hirvió la sangre, como unos días antes cuando María, la de Lázaro, le había derramado sobre la cabeza un perfume que valía una fortuna. Jesús lavo los pies a los presentes, como si fuera un esclavo. Él podía ser lo que sea y predicar la igualdad social, pero allí se estaba pasando de la raya. Judas había querido negarse a semejante gesto, pero Pedro lo había hecho antes que él y se había hecho regañar.

Después, El maestro había tomado un pan y un poco de vino, los había compartido diciendo unas cosas que nadie había podido comprender.

 

Al momento de nombrarlo traidor, él se había ido enojado. ¿Él, traidor? ¡Qué tan equivocado estaba Jesús! En escasas horas lo iba a ver y lo felicitaría por su perspicacia.

Cuando llego al monte de los olivos con los soldados, hizo suficiente ruido para prevenir a los apóstoles y buscó a Jesús. Cuando lo vio, le dio el beso, señal de empezar el combate. Ese beso que había soñado como signo inequívoco de la liberación de Israel, signo que iba a quedar en los libros de historia como el símbolo del levantamiento y de la libertad.

Lo que paso en ese momento, lo dejo perplejo: Pedro levanto su espada y cortó la oreja de un criado. Y Jesús curo la herida. Y en vez de pelear, sencillamente se entregó.

-          Fue así, como se lo digo, le conto Judas borracho, a un mesero al salir de una taberna.

 

Desesperado por haber traicionado a sus camaradas, que seguramente ya eran buscados, desesperado por haber traicionado la causa de la revolución armada, Judas trato de cambiar el curso de estos eventos que él ya no manejaba y devolver las monedas: se burlaron de él.

 

Finalmente, desesperado por haber sido traicionado por Jesús, el líder que no lo había sabido comprender, Judas cogió una soga y se ahorco.

 

Si hubiera esperado hasta el día siguiente, hubiera sabido que habían soltado a Barrabas y crucificado a Jesús. Y que tres días después, Barrabas había decidido seguir la lucha y Jesús había resucitado. Y hubiera podido escoger, como todavía el mundo de hoy, entre insurrección y resurrección.