Querido Papá.

Hace tiempo que te quería escribir para expresarte todo lo que representas para mí.

 

Con mi mamá, me diste la vida. Por eso te agradezco. Me diste tu cariño desde mis primeros pasos y seguiste haciéndolo hasta que tu pudiste hacerlo, es decir hasta muy recientemente.

Y aunque para mi mama como para todas las mamas del mundo esto suele ser normal, el hecho que hayas velado por mí en todas las fases de mi crecimiento es suficientemente significativo para que lo resalte, pues muchos padres ya no hacen lo que has hecho por mí. Se ausenten y listo.

 

Me llenaste del amor que compartías con mama: eso me robusteció para toda mi vida. En mis momentos felices como en mis momentos de angustia, pude recordarme que me amaba, que me ibas a ayudar, que ya me habías ayudado dándome lo más importante: la capacidad de amar.

 

Me transmitiste tus saberes. Me enseñaste como caminar cuando, de escasos meses, tú me acompañaste en mis ensayos vacilantes de bebe. Me corregiste mis palabras de párvulo, no sin previamente reírte de mis ocurrencias con el idioma. Me invitaste a comprender el mundo que me rodeaba: nuestra casa y sus peligros pero también sus escondites de confites, nuestro barrio, nuestra ciudad y el planeta entero. Me asististe en mis tareas escolares y sobretodo me aprendiste a aprender porque rapidito no pudiste con el inglés, las ecuaciones y la química. Me apoyaste cuando mande mis hojas de vida para buscar el primer empleo y te interesaste en conocer las respuestas que me llegaba. Me instruiste en el arte de orientarse, de conducir, de alimentarse bien, de respetar a mis semejantes: Herede tu amor por las cosas bien hechas, cumplidas, perfectas. Me regañaste cuando mis trabajos eran mediocres, perezosos, de pésima calidad: así me ayudaste a creer en mis talentos, a no rendirme delante de las dificultades y a saber que la dicha está en el esfuerzo.

 

Me consentiste de chiquito, me abrazaste de adolescente, aún muchas veces me parecía impropio, me aconsejaste de joven cuando de mi vida salía llantos y tristezas: cuando se me murió mi hermoso gato, cuando se me fue mi primer amor, cuando tuve mi primer accidente. Y así poco a poco, lograste que estuviera siempre a la escucha de mis sentimientos y emociones y entendiera las de los demás.

 

Me apoyaste en mis enfermedades de niños, cuando tenía que quedarme en la cama sufriendo de algún mal, alguna fiebre y cuando, a los 10 años, tuve que estar hospitalizado durante 20 días, asustado, en la soledad que es una clínica para un infante. Me cubriste de atención y cariño cuando me caí aprendiendo a montar a bicicleta, me ahogue aprendiendo a nadar, me resbale subiendo sobre patines, me desplome después de un partido de fútbol. Eso me educo a no temerle a las cosas ni a los eventos y a enfrentar los dolores como transitorios y hasta benéficos.

 

Por tu cercana compañía durante toda mi existencia que me permitieron llegar a ser un hombre derecho, te doy las gracias y hasta te alabaría con cantos si la edad no te habría vuelto sordo. Pero todavía puedes sentir mis abrazos, mi afecto, mis caricias. Por todo lo que has hecho por mí, te las devuelvo aumentadas de mi amor filial grande como el universo.

 

Y lo último y lo más importante, me transmitiste la Fe en un Dios bondadoso que está vivo y que, como tú, me ama, me protege, me compromete y me lanza a ganar mi vida y hacerla ganar a todos los que me rodean.