INTIMIDAD.

Paso por el centro comercial y la veo. Esta allí: la supermodelo venida para promocionar un nuevo perfume, adulada por el público. Todo el mundo la mira con su ropa provocativa, diminuta y despertando cualquier tipo de deseos e impulsos.

 

Con mi mente ligeramente excitada, camino por la calle mirando de reojo toda mujer bonita, atractiva o simplemente de buen porte.

 

Vuelvo a casa, prendo el televisor y no puedo dejar de estar impactado por toda clase de publicidad con toque sexual, de películas y series explicitando escenas de cama, de infidelidades, de promiscuidad. Aterrizo en internet donde la entrada es deliberadamente libre a todo tipo de sitios más específicos los unos que los otros: la copulación esta descrita, filmada y visualizada bajo todo tipo de ángulos. Este es el mundo de hoy.

 

Y después de semejantes imágenes difíciles de sacar de la cotidianidad, mi existencia, obnubilada y centrada sobre mis instintos, me parece muy poco gozosa. Mi esposa se aparenta a una estatua de mármol mientras mis compañeras de trabajo se me asemejan a las divas seductoras de los medios. Mis ganas de intimidad se vuelven exigentes, plurales y desenfrenadas. ¡Donde sea y como sea para llegar a mi máximo placer!

 

Intercambios de parejas, orgias, consumos de todo tipo de contenidos y sustancias, acosos sexuales, prostitución infantil y juvenil, esclavitud, pederastia, violaciones colectivas, abortos, sitios de encuentros intencionados, venta y compra de virginidad, turismo sexual… el planeta se asemeja a una enorme granja donde las bestias se enloquecieron. Y, sin muchas veces darme cuenta, participo de un lucrativo negocio aprovechando este océano de inmundicias.

 

En estos momentos, perdido en los charcos fangosos de mi erotismo, sumergido en las voluptuosas tinieblas de mi sensualidad, está lejos la vida plena, feliz, dichosa que me promete Dios, que me da como ejemplo Jesús y a la cual me motiva el Espíritu.

 

Y por lo tanto, cuando dejaré bajar la propia marea de emociones impúdicas,  cuando tomaré algo de distancia frente al vicio, me daré cuenta que la vida no es así.

 

No es así porque en mis entrañas sabré que lo que me muestran en las pantallas chicas no es amor: solamente una respuesta inadecuada y exhibicionista a pulsiones que tenemos todos.

 

No es así porque, después de algunos de estos episodios lujuriosos, tendré que cargar con una enfermedad venérea, con un sida, con un remordimiento frente a mi conyugue y a mis hijos, con una culpa enloquecedora hacia mí mismo.

 

No es así porque, después de estas experiencias deshonrosas, sabré que mi vida no puede re-empezar de cero borrando lo sucedido. No podré sino seguir…

 

En este entonces tendré que reconocer que, empujado por el ambiente voluptuoso de la sociedad actual, mis bajas inclinaciones y mis problemáticas irresueltas, me equivoque de intimidad: la intimidad falsa de los cuerpos con la cual a menudo trataba de encontrar cariño.

 

Algún día tendré que conceder, hastiado por mis comportamientos, que la verdadera intimidad se construye desde la confianza, la ternura y el intercambio de amor. Que se nutre de atenciones, respetos, cuidados, comunicaciones, escuchas y de proyectos comunes. Que se realiza desde el compartir, la humildad y el alma desnuda.

 

Y volveré a tomar el rumbo perdido hacia Dios que deje mucho tiempo en el baúl oxidado de los recuerdos.

El óxido pudo con mi voluntad pero no pudo y no podrá con mi corazón, ni con mi espíritu, ni con mis brazos. No puede porque sencillamente son Templo de EL.

 

Cuando mi vida estará nuevamente inspirada por Dios, cuando mi fe estará de nuevo cimentada en la oración y en la eucaristía, mi corazón, mi mente y mis manos estarán trabajando en sintonía, reforzándose mutuamente en un entendimiento profundo de Sus Designios.

Sentiré su presencia en el corazón, al igual que en mi mente y lo expresare en mis palabras y en mis actos.

Esto conllevará a cuidar mi salud, alabarLo nuevamente en mi cuerpo, en mi sangre, en mi mente y en toda mi persona pero también en todos los seres humanos. Y ellos estarán tan prójimo a mí que, en ellos, Lo podré sentir, amar, pensar y conocer, decir, actuar y admirar y todos juntos realizar Su Reino entre nosotros.

 

 

Entonces habré encontrado la Verdadera Intimidad, la que libera en vez de tiranizar.