MAGDALA.

Magdala se puso a bailar. Le gustaba el regaeton. Le gustaba este ambiente de ruido, de sudor y de luces de las discotecas. Es allí donde se refugiaba de las labores y también donde se conseguía sus mejores clientes: los jóvenes extranjeros platudos de paso por la ciudad.

 

Al acercarse uno de ellos, Magdala tomo una de sus poses más sensual. Sabía que gracias a esta, habían caído muchos que se dejaban seducir por sus curvas perfectas y su expresión medio angelical medio diablesa.

 

Este se llamaba Moisés y venia de Estados Unidos. Estaba aquí por un congreso de odontólogos. Y si poco le importaba a Magdala lo que hacían sus clientes en la vida, siempre era interesante poder charlar sobre todo: odontología, medicina, ingeniería, comercio internacional… Gracias a sus contactos con los recepcionistas de los hoteles, el trabajo no le faltaba. Y cuando necesitaba descansar o ir al médico con su hija enferma, le dejaba la oportunidad a alguna otra chica.

 

Su hija, Sara, era todo lo que tenía en la vida. Cuando había nacido con un riñón dañado, su novio la había dejado. En cuanto a su familia, hacía siglos que no se comunicaba con ellos. Pues, después de 2 años de jugar al escondite, finalmente se había dado cuenta de lo que realmente era su trabajo de noche. Lo que más le había dolido es que sus padres, en vez de enfurecerse, de gritar y de molestarla, no le habían dicho nada, ni una palabra, ni un reproche, aunque, tenía que reconocer que un ambiente de tristeza y de malestar se había apoderado de la casa. Desconsuelo, desolación... Solo silencio. Entonces cuando había quedado en embarazo, ella misma se había largado.

 

Magdala, terminada su copa de champaña, tomó Moisés por el brazo y lo quiso llevar hacía fuera. Es en ese momento la música cambió. En efecto, la especialidad del lugar era que, además de la música de moda, siempre reservaba una media hora a la música de los años 60-70. Es por eso que muchos “gringos” frecuentaban el sitio.

 

Empezaron por la canción “Love me do” de Los Beatles. Siguió el grupo Queen y su famoso “We are the champions”, Abba con “Money, Money, Money”, Los Bee Gees con su “Staying Alive”, “Capri, se acabó”, “Nathalie”, “La amo a morir” y finalmente Simon and Garfunkel con “The bridge over trouble water”. Sabia poco inglés o francés pero todas estas canciones se las conocía de memoria porque las había aprendido con su profesora de música en el bachillerato, una monja super bacana.

 

Moisés ya no se podía contener: estaba bailando algo prendido. Y cuando Magdala lo cogió de la cintura y lo empujó hacia la salida, él se rebeló. Entonces, consciente que podía perder el trabajo de la noche, tuvo que seguir el baile. Habría que esperar que pasaran a salsa o a electrónica para poder apoderarse nuevamente de él. Cerró los ojos y se dejó ir con el ritmo en los brazos de Moisés.

 

El DJ viendo el éxito que estaba teniendo con sus clientes americanos volvió a empezar: Los Beatles, Queen, Abba, Los Bee Gees… Pero lo más extraño es que la última canción, la de Simon and Garfunkel, se volvió para Magdala “Padre nuestro, tú que estas….”. Sobresaltada se estremeció, y de una se puso a llorar. Lloró allí, en medio de la pista. Tanto que la tuvieron que sacar con Moisés a su lado que se sentía culpable de lo sucedido.

 

Para colmo de males, minutos antes había empezado a llover a cantaros.

Tirados en el andén, mojada hasta el alma, la cara de Magdala parecía una máscara lavada. Su maquillaje escandaloso ya se confundía con su pelo largo.

 

-            - ¿Qué le paso? le preguntó Moisés, en un aire de descontento pronunciado.

-          No lo sé. Esa canción.

-          -  ¿Qué, canción? No era sino una canción vieja.  Entiendes que no puedo quedarme contigo así. Y de todas maneras, ya no quiero nada. Mira en qué estado nos pusiste, alcanzo a decirle Moisés con un desastroso acento, antes de subir en un taxi.

 

-            -  Buenas noches, le grito Magdala enfadada.

 

De veras, ahora que estaba sola, también se preguntaba que le había pasado. Esa canción... Esa canción que le recordaba….le recordaba su adolescencia…al lado de la monja en la clase, compartiendo, riendo de las letras cambiadas de los éxitos musicales. Se acordó que siempre la ensalzaba por ser la más bella e inteligente del salón. Siempre le habían dicho que tener estas cualidades la hacía más responsable.

 

Pero una vez salida de 11avo, cuando había deseado seguir estudiando administración de empresa, sus padres le habían dicho que la situación financiera de la casa no era buena, que con 6 hermanitos a grandes penas lograban controlar las deudas. Al principio no se había desaminado. Se había presentado a cuantas universidades y becas había, pero cuando una tras otra las puertas se habían cerrado, se acordó que una muchacha del barrio le había dicho que tenía la solución a su problema.

 

Los tres primeros clientes le habían hecho sentir asco, pero después viendo que con lo que se ganaba en una semana casi podía pagar un semestre entero en la mejor universidad de la ciudad, se había acostumbrado. Estrenar ropa, frecuentar sitios IN, ir de fiesta en fiesta acompañada por gente prestigiosa la había terminado de convencer…tanto que al final del 4to semestre había dejado la U.

 

No entendía porque, después de 7 años, súbitamente, volvía a recordar estas cosas…y todo por una canción.

No había parado de llover. No había parado de llorar.

 

Cuando por fin, se levantó, la misma maldita canción terminó: “Y ten piedad del mundo. Y ten piedad de nosotros”.

 

Titubeando se arrimó a  un poste de luz y vació su estómago de todas las porquerías que había consumido en la noche. Esta noche y todas las noches de este tiempo de camino errado en el cual se había perdido.

 

Se escuchó decir casi contra su voluntad: “Si, Padre, ten piedad de mi”. Su cuerpo se estremeció. Escupió una última vez. Ya estaba limpia.

 

Manera de decir porque cuando llego a su casa a las 4 de la mañana, sin maquillaje, la ropa rasgada, sin los zapatos de tacones altos que le estorbaban, Sara no le abrió porque pensó que no era ella. Es solamente cuando percibió su voz que la dejo entrar.

 

Afónica es poco lo que le pudo contar esa noche.

Al otro día se levantó siendo otra y al recordarse de lo sucedido apenas el día de ayer, al recordarse de su vida anterior, se prometió enderezar el camino.

 

Me conto que no fue fácil encontrar un trabajo decente, seguir estudiando y cuidando a Sara que, a Dios gracias, no supo nunca en que se había metido, hasta que ella misma se lo confeso.

 

Hoy, toda una profesional de enfermería, defiende a capa y espada los derechos de los más humildes, especialmente las mujeres de vida nocturna. Hasta se atrevió a dar conferencias en colegios. ¡Qué alegría mezclada con temor había sentido el día que fue a su colegio, el día que volvió a ver la monja profesora de música y habló delante de estas jovencitas que pensaban tener el paraíso por delante y que en un instante podían descubrir la profundidad del infierno.

 

 

-         -   Hago eso porque sentí la necesidad de ser la Voz del Señor. ¿Dónde estaría en este momento sin esa canción? Fue Él. De esto estoy segura, me dijo con tono convencido, sonriendo entre lágrimas, las mismas lágrimas dulces y amargas de aquella noche de rumba.