EN EL CAMINO AL GÓLGOTA.

 

-       “¡Crucifícalo!”, “¡Crucifícalo!”

 

Estos gritos, lanzados por un joven contagiado por la rabia de la gente, había bastado para prender el fuego que incubaba entre los espectadores, aquel medio día.

 

Después, todo fue muy rápido, demasiado rápido. La multitud empezó a vociferar más y más fuerte y Pilato accedió al deseo de la gente: crucificar a un hombre que sabía inocente.

Sin espera había, como para olvidarse ya del asunto, dado las órdenes correspondientes.

 

Y allí estaba este pobre hombre llevando su cruz al hombro, escoltado por los soldados encargados del suplicio, rodeado de pocos seguidores atreviéndose a enfrentar el pueblo que seguía golpeándolo, escupiéndole y empujándolo.

 

Atemorizado por el efecto de sus palabras, el joven se retiro un poco de la escena sin poder, no obstante, quitar sus ojos de este lamentable nazareno, subiendo sofocado la pendiente hacía el lugar del castigo.

 

Miró sin intervenir la muchedumbre darle puños, quitarle lo poco de ropa que tenía, darle bastonazos. Y se puso feliz cuando aquel cayó bajo el peso de su madero. ¡Por fin, valía la pena haber venido!

 

Él, el vago fiestero de 19 años que había sido mandado por su madre a su hermano mayor para que estudiará, viajando desde el Asia menor, había llegado donde su tío en las afueras de Jerusalén hacía 3 semanas. Y la diversión, hasta este momento, había sido más bien escasa.

 

Este pariente desconocido, venerado por su madre, había, muchos años atrás, sacado sus diez hermanos adelante. Ahora, cultivaba una parcela de tierra fuera del casco urbano, tenía algunas ovejas y vivía del sudor de su frente. ¡Seguro que la viuda autora de su vida le había pedido consejos en la educación de este muchacho rebelde! De hecho, ya que el semestre de estudio empezaba en 2 meses, le había puesto a ocuparse de los animales cada mañana y cada tarde.

 

¡Él, definitivamente, nunca se podría entender con ese tío, mandón, regañón y exigente!

Adicionalmente tenía que compartir las dos piezas que albergaba su familia de seis personas donde, sin embargo, todos eran los bienvenidos a pesar de una vida de escasez y de privaciones diarias.

  

No entendió porque, perdido en el tumulto de gente, le vino a la mente todas estas consideraciones antes de ver a su tío Simón al borde de las filas de personas pendiente de los penosos pasos del convicto.  Pero, lejos de estar rechiflando como todos los demás, estaba allí, silencioso, congojado, triste, casi llorando. Y al instante en el cual el preso dejo caer por segunda vez su pesada viga, se precipitó en ayudarle.

 

Al momento final, fue su tío Simón también quien mantuvo de pie y limpió el rostro al prisionero. Y se quedo hasta que la guardia soldadesca se lo arrebató con violencia.

 

El joven también permaneció allí. De pie, uno más entre los espectadores, fascinado por la muerte sangrienta de este infiel, de este loco.

 

Poco a poco, el martirio se fue consumando, lento, extenuante y desalentador. El hombre resistió el tiempo suficiente para intercambiar algunas palabras con sus compañeros de tortura y con algunas mujeres que lloraban.

 

De vuelta a casa como si nada hubiera pasado, el corazón del muchacho, sin embargo, latía más fuerte, sin saber definir exactamente sus sentimientos. Él, pensaba que experimentaría alegría y jubilo por haber presenciado algo fuera de lo común. Al contrario, ahora se sentía incomodo con el espectáculo al cual acababa de asistir.

 

Su tío, Simón, estaba triste a morir. Y perdido en su desesperación, no dejaba de parlotear entre dientes, solo, abatido y consternado. Para espantar su agonía, para pasar tal borrachera de amargura, decidió volver al trabajo, a su finquita, al contacto con la tierra, a los movimientos habituales de sus brazos labrando el campo. E insistió para que el sobrino lo acompañara.

 

Este, sin embargo, dos meses después inició sus estudios de filosofía donde, sorpresivamente, se empezó a destacar como alumno brillante. ¡Eso si era lo suyo: conocer la Verdad, el Alfa y Omega, el Todopoderoso, las Escrituras Santas….!

 

Y mientras se impregnaba de la Fe de sus padres, inmutable y perfecta, escucho decir que los amigos de este Jesús, regaban la noticia extraña que Él estaba vivo, que Él había resucitado.

Entonces, el joven adulto, que había presenciado la muerte sórdida de este pobre diablo, y que sabía que tal cosa NO era posible, lleno de Ira Divina, tal un terrorista de nuestros días, empezó a atacar los miembros de esta secta dañina.

 

Persecuciones, delaciones, encierros, cacerías y lapidaciones, motivados por su celo religioso, fueron durante meses su actividad principal.

 

Hasta una cierta caída…donde, de una vez por todas, su corazón se estremeció a punto de perder la vista con un encuentro decisivo entre este Jesús escupido, golpeado y abofeteado en el Gólgota y que, sin embargo, lo amaba más allá de lo entendible.

 

En ese entonces, el joven desocupado e indiferente y el extremista violento convertido a discípulo, no habría podido saber – y tampoco nosotros - que todas sus acciones – y las nuestras – sería siempre impulsadas por este Amor desbordante y profundo hacía el Resucitado y por un sentimiento de culpa re-actualizado cada vez que se acordaba – y nosotros también - del rostro doliente del Crucificado