Juan.

Juan estaba sentado delante de su televisor esperando que, después de una pausa publicitaria, siguiera su programa favorito.

 

Era un programa de preguntas y respuestas como había miles, pero este tenía la particularidad, al contrario de los demás - que solo regalaban libros, viajes, estadías de hoteles - de tener como premio mayor una gruesa suma de dinero. Algún día se decía - ya se había inscrito para ayudar el candidato por teléfono - podría ser yo el que gane esa plata. En todo caso, eso lo hacía soñar y sentirse bien.

 

Hoy el candidato parecía muy concentrado, lo que prometía - Juan ya lo había notado - que podía ir muy lejos. De pronto hasta ganarse el premio gordo.

 

Cerró la puerta para dejar de escuchar los ronquidos de su mujer que, desde la otra habitación le llegaba como el motor viejo de un automóvil. ¿De un automóvil? Más bien de un tanque de guerra, de una retroexcavadora. Juan se sonrió imaginando Dalila, su esposa, cambiándose en buldócer, en mula doble troquel, en camión de basura, como en la película donde había visto robots transformarse en carros…Dalila cambiada en maquina pesada. Al menos, así serviría en algo, pensó el sesentón.

 

Hoy las preguntas del presentador no parecían difíciles y el candidato parecía teso. Así que podía volverse interesante. Y el tema - historia bíblica – no tenía secreto para Juan, pues, en su juventud había sido seminarista y había cursado hasta segundo año de teología. En un evento de jóvenes había conocido a Dalila, se había enamorado y renunciado a una vocación sacerdotal por una de casado.

 

¡Como estaba bella la Dalila que conoció en este entonces! Delgada, bajita, con una larga cabellera rubia y pecas en toda la cara, más bien tímida pero encantadora cuando argumentaba algo, con esta voz ronca que no salía con su físico pero que la volvía irresistible. Por lo menos para él.

 

-          Cómo cambian las cosas, suspiro.

 

Ahora Dalila no era sino la sombra de la que había sido. Habían tenido cinco hijos maravillosos, todos profesionales y Dios solo sabe que no había sido fácil levantar estos muchachos. Lo habían logrado gracias a Dalila la juiciosa que ahorraba hasta la más pequeña moneda. Habían vivido relativamente bien, ella entregándose en cuerpo y alma a estos muchachos, mientras Juan se mataba trabajando.

 

Un día de vuelta del médico, Dalila le había contado que le habían encontrado un tumor, que tenía cáncer de mama. Y la enfermedad que debía acercarlos más frente a las adversidades, los había alejado. Pues, ya a Juan le daba miedo, lastima, tristeza a tal punto que la había dejado de tocar hacía ya…12 años. Y las únicas palabras que intercambiaban todavía tenían que ver con la alimentación y la venida de los hijos 3 veces al año: para sus cumpleaños respetivos y para Navidad.

 

Pero el juego televisivo seguía y el candidato ya había llegado a la última pregunta. Le quedaba solamente la posibilidad de llamar a un experto.

 

La cara del candidato estaba iluminada con un brillo increíble, sus ojos resplandecía con una llama de felicidad, como en las fotos de matrimonio cuando los novios se miran dichosos, alegres, gozosos.

 

Juan pensó: - Claro. Está a un pelo de ganársela toda.  

 

El candidato pasó un largo rato decidiendo entre la suma ya ganada y la posibilidad de irse con el premio duplicado. Finalmente, se lanzó y se atrevió a pedir la última pregunta.

 

Los labios de Juan estaba secos, su corazón latía como si fuera él que estuviera allá en el estudio de televisión, como si era él que tenía que responder, como si fuera él que iba a ganar.

 

El candidato calmadamente digo que sabía la respuesta pero que iba a dar la oportunidad a alguien de contestarle al teléfono. ¡Que asombroso eso! Decía que quería compartir el premio con alguien.

 

Súbitamente,  timbro el teléfono de Juan. Es en ese momento que se dio cuenta de que el extraño candidato quería compartir su fortuna con él. ¡Con él!

 

Ya el presentador estaba al otro lado de la línea y le preguntaba: - ¿Cuál es el máximo mandamiento de Jesús?

 

Entonces paso lo inaudito. Aún que Juan se sabía la respuesta e iba a contestar “amar a Dios sobre todas las cosas y a su prójimo como a sí mismo”, su voz se perdió en el aparato, apenas pudo emitir algo como un ronquido. Estaba mudo. El candidato en la pantalla seguía resplandeciente a la espera de la respuesta correcta para poder compartir con él la máxima ganancia y él…estaba mudo.

 

Ya el animador colgaba después del tiempo reglamentario. 

 

El concursante lo había perdido todo. Y era por su culpa. Se tomó la cabeza en las manos. Como era eso posible. Qué vergüenza con este señor. Juan no se atrevía a mirar de nuevo la pantalla.

 

Solo después de unos momentos que le parecieron una eternidad, oyó el candidato decir que agradecía a todo el mundo y que ojalá, el espectador que había contestado disfrutará plenamente de lo ganado.

 

-          Pero, ¿si lo perdió todo por mi culpa como voy a recibirle algo?

 

Inmediatamente, se acordó de la respuesta que inoportunamente se había quedado trancada en su garganta: “Amar a Dios sobre todas las cosas y a su prójimo como a sí mismo”.  En un reflejo, quiso volver a ver la pantalla y a ese candidato tan peculiar. Pero ya había desaparecido.

 

Sin pensarlo dos veces, despertó a Dalila y, aunque todavía dormida, ella le escucho decir que había visto al Señor en la televisión, que él le había respondido una pregunta, mejor dicho que no, no había podido ni articular ni una palabra, le narro todo lo sucedido, le digo que siempre le había amado, que le perdonará…le dijo…miles de cosas.   

 

Lo que sorprendió más a Dalila es que, aunque su esposo se había quedado mudo en el teléfono, según medio entendía, ahora no paraba de hablar. Y de hablarle a ella. Y de abrazarla después de tanto tiempo.  

 

Desde ese día, la alegría de Juan contagio su hogar, sus amigos, su barrio. Y, como me lo conto él, casi prendió fuego a la ciudad entera. Se había vuelto la Voz de Jesus, decía.

 

En esos días empezaron, con Dalila, un grupo de parejas en su parroquia hablando de lo que les había pasado y hoy piensan crear un movimiento de “interconexión matrimonial” como lo llaman ellos.

 

Seguro que, a pesar de las dificultades, lo lograran. La Fe mueve montañas.