Altanero.

Observando las manadas de lobos, de chimpancés, de elefantes o de perros en la pantalla chica o en la realidad, alcanzamos a notar que, en la naturaleza, el más fuerte, el macho alfa, es el que manda, el que dirige, el que come primero, el que asegura la seguridad del grupo, el que tiene los mejores lugares de reposo y las mejores hembras, es el líder. Y aunque pelea para conservar su rango, muy pocas veces mata a uno de sus contrincantes. Más bien lo humilla.

 

De pronto es allí, en nuestro pasado animal, que hay que buscar para entender la “jungla” en que se transforma muy a menudo nuestra sociedad y comprender una de las formas más común en que tratamos a nuestros semejantes. No matamos. No. Respetamos la vida. Sí. Pero humillamos y humillamos y seguimos humillando.  Allí está para muchos, el placer supremo de la vida.

 

Porque muchos se sienten machos alfas, se sienten superiores, se sienten más ricos, más educados, más altos, más fuertes, de más experiencia o de más juventud, de mejor familia o de mejor apellido, con mejor carro o viviendo en mejor barrio, vistiendo mejor ropa o viajando más, comiendo lo último o conociendo más gente importante…todo es pretexto para sentirse superior y sobretodo hacerlo ver y sentir a los demás.

 

Las diferencias entre razas, entre naciones, entre regiones, entre barrios, entre lugares in y lugares out, entre escuelas, colegios y universidades privadas y públicas, entre marcas de vestimentas y de automóviles, entre lo que supuestamente tienes en tu cuenta bancaria y lo que tengo hipotéticamente en la mía….proceden de nuestras mismas ansias: ubicarse más alto que el otro.

 

Dos fenómenos se viven a este momento del paseo: o la persona da signos de pertenecer a mi mismo contexto y la respeto, la recibo en mi entorno, puede ser mi amigo, puede casarse con mi hija…o las señales que me da no corresponden a mi manera de vivir y mi ego me lleva a ser indiferente ante ella cuanto menos, a despreciarla, a humillarla cuanto más.

 

Con cada persona que uno se relaciona pasa lo mismo. Nos ubicamos en más, en igual o en menos. Y porque no podemos estar siempre ubicados en el nivel más alto, todos hemos experimentado el desprecio, el hecho de ser menospreciado y la humillación.

 

Generalmente, nosotros tuvimos suerte en la vida y el número de veces en que sentimos, vivimos, recibimos y aguantamos desdén hacia nosotros ha sido más bien poco pero, con estas mismas emociones, colóquense en la piel del pordiosero, de su empleada de servicio, de su mensajero, del inmigrante, del ilegal, de todo ser humano que por cosa de la vida no tuvo su fortuna…y ya lo entenderá un poco más.

 

Querer o no querer entender a las personas en sus emociones (se llama empatía y más ampliamente inteligencia emocional) al fin y al cabo es decisión y flexibilidad de carácter de cada cual, resultados a veces de experiencias existenciales previas (por ejemplo, sentir de pequeño la verguenza de la humillación frente a un papa autoritario puede marcar a tal punto que el adulto que se volvera prepotente).

 

Pero es indudable que, en los negocios como en la vida,  el hecho de sentir lo mismo que el otro y de ponerse a su alcance es más eficaz que de tratarlo desde un ego erguido.  Es más eficaz porque si las personas que trabajan bajo sus órdenes o se relacionan con Usted lo sienten más en unísono, más cerca de sus realidades, más alcanzable, más disponible podrán también compartir con Usted objetivos, metas, tareas y sentirse más a gusto, más perteneciente a y revelarse como excelentes trabajadores y personas.

 

El “man que está vivo” desde hace 2000 años nos enseñó con su vida, sus actos y sus palabras la mejor manera de relacionarnos con nuestros semejantes. Limpio los pies de sus amigos, el que era el HIJO de DIOS.