JULIA.

Esta mañana, Julia empaco el almuerzo como de costumbre. Cogió su morral, se despidió de su mama y se alejó lentamente de la casa. No estaba bien pero parecía actuar normalmente.

 

A noche había terminado con su novio Pablo y un poco más temprano en el día había recibido la noticia de su despido por recorte de personal: tenía escasamente 4 días más de trabajo.

 

Un bus verde se acercó que la iba a llevar hasta su destino. Ya lo había decidido.

 

Esta vida ya no valía la pena de ser vivida. Por un instante, esta madrugada había tenido hasta la intención de llevar a su hija en su paseo de la muerte. La había despertado una hora antes pero la niña se había rehusado en despertarse tan temprano. Siempre se levantaba cuando ya se había levantado el sol, hasta bromeaban antes sobre esta coincidencia. Y hoy todavía hacía oscuro. Se había volteado hacía la pared y no había hecho caso. Su mama, de remordimiento no había insistido. El sol seguramente había salvado la infanta.

 

¿Cómo iba a hacer para pagar las deudas de la casa, pobre 2 piezas arrendadas en las faldas empinadas de la montaña? ¿Cómo iba a pagar el tendero que cada vez que bajaba a coger el bus, el mismo bus de hoy, le recordaba que le debía 15 días de víveres? ¿Cómo iba a seguir pagando sus estudios de auxiliar enfermería, lo que siempre le había gustado ser?

 

El tendero viéndola pasar le menciono las cuentas pendientes pero paso de largo sin siquiera devolverle el saludo. Ya no tendría necesidad de él.

 

Llego a la estación en un estado de febrilidad que nunca se había conocido. Bajó las escaleras hasta las carrileras. En un momento llegaría el tren y todo se habría acabado. De lejos, ya se podía ver, esta máquina impresionante de fuerza y de velocidad. Realizo los 2 pasos hacía el borde. Ya no había nada que hacer.

 

En este momento, llego él. Simplemente preguntándole por la hora y cogiéndola del brazo pensando que se estaba desmayando. Un joven apuesto que le sonreía detrás de sus binóculos. Como el sol de esta mañana, como las nubes de anoche, como el viento caliente que en este instante le acariciaba la cara.

 

Julia se levantó y se sorprendió devolviéndole la sonrisa, a este extraño que, sin saberlo, acababa de salvarle la vida.

 

A su contacto, ya se habían ido las angustias, los rencores, las tormentas. No es que los problemas se habían ido. No. Simplemente, ya Julia no les veía tan graves. Existía siempre soluciones….mientras había vida.

 

El joven le pregunto si todo seguía bien. No supo que contestarle pero ya el vacío desgarrador de la noche y de la madrugada se había ido a su contacto.

Antes de poderle dar las gracias, se había esfumado entre los tantos transeúntes que iba también al trabajo este día.

 

Esta mañana pido a su jefe poder comunicarse con algunas empresas que seguramente necesitaba una secretaria. Inclusive su jefe llamo a un par de amigos recomendándola calorosamente. Ya el otro día iba a tener una entrevista. La vida seguía.

 

Julia nunca olvido el rostro amable y alegre de este joven de gafas que la había cogido del brazo cuando se iba a tirar. Lo había buscado varias veces y por momentos, momentos de tristeza y zozobra, ella sentía que la estaba acompañando.

 

Convencida que había sido un ángel o  - no se atrevía a expresarlo - el mismo Jesus – volvió a la Iglesia, donde había siglos no había puesto los pies. Primero para agradecer. Luego para decirle que tan grande era que se había acordado de ella cuando estaba en el fondo de la desesperación. Y obvio, también para pedirle nuevamente su ayuda.

 

Julia ya no es la misma. Porque sabe que Él la ama. Dice que tiene tanto para agradecer que ha empezado a escuchar y aconsejar, en su nuevo trabajo, a todos aquellos que necesitan que le agarre de la mano cuando pasan los nubarrones.

 

Ella dice que este día de cruz fue también su día de resurrección.