Mis mejores recuerdos de la Navidad.

Mi memoria de los momentos pasados en familia cerca del árbol, el pesebre a sus pies, arroja siempre recuerdos gratos de unión, amistad, ambiente festivo, calor humano entre seres que una vez al año se reúnen para expresar, más allá de los regalos y de la buena comida, que se quieren y son felices de estar juntos.

 

Más me acuerdo especialmente de 2 navidades que por circunstancias de la vida casi no puedo participar de las alegrías.

 

Las 2 desgraciadamente para mí tienen que ver con 2 estadías en el hospital. La más sentida tuvo lugar cuando tenía 10 años.  Estaba en 5to de primaria y sorpresivamente se me declaro una enfermedad de “viejitos” (así lo declararon los médicos) que me mando en clínica por 2 meses exactamente antes de la época navideña. Cada noche mis papas, que no podía quedarse a mis lados por normas hospitalarias, me dejaban en el mismo estado de tristeza en manos de las enfermeras.

 

Se acercaba la fecha fatídica del 24 de diciembre y los médicos seguían reservados sobre mi recuperación. ¿Tendría que pasar Navidad lejos de mi casa?? No lo podía creer.

 

Dos días antes me dieron por fin la orden de salida, orden arrebatada con fuerza pero bajo condiciones por mis padres, tan congoleados que yo a la idea de tener que festejar el niño Dios entre muros blancos, píldoras e inyecciones.

 

No pueden imaginar la felicidad del niño que yo era cuando pasamos en cama el portal de salida del lugar. Volver a casa seguramente me sano más que cualquier medicina. Entre gritos de alegría, lágrimas, oraciones y cantos sentí por primera vez el valor esencial que estar rodeado por los suyos.

 

La otra temporada extremadamente difícil la pase a causa de un accidente de moto a los 37 años. Entre la vida y la muerte por más de 3 meses también en este momento me salvo la navidad. Literalmente volví a nacer cuando nuevamente entre en mi casa, rodeado de los míos, alrededor del árbol y del pesebre.

 

No obstante en esta oportunidad, más que en la primera, no pude dejar de pensar en los miles de seres humanos que, al contrario que yo, no podían regresar a casa y a veces aún más, no podría jamás volver a casa en Navidad.

 

Desde este tiempo mi hogar, en esta temporada del año, se volvió el albergue español de puertas abiertas. Siempre hay un o varios puestos en la mesa y regalos debajo del árbol para las personas que le llegan de sorpresa empujada por la posible soledad y las ganas de compartir que nos estremecen a todos en las navidades.

 

 

Entonces, en el centro del pesebre, se regocija de felicidad Aquel que vino para enseñarnos lo mejor de lo que tenemos adentro: el amor.