Esteban o la nueva estrategia de San Pedro.

Esteban, confortablemente instalado en su oficina del 15avo piso de la torre de negocios emblema de la ciudad, se negó por 3ra vez al teléfono esta tarde. Estaba algo preocupado. No es que no tuviera a su servicio una armada de guardaespaldas, secretarias, mensajeros, empleados fieles para protegerlo de todo mal, pero algo no lo dejaba dormir desde hacía algunos días.

 

Dejo de lado lo que estaba escribiendo y empezó, bien contra su voluntad, a reflexionar sobre las últimas noches. Siempre el mismo sueño. El y Ester, jóvenes, abrazados sobre el borde de una honda piscina. Se resbalaba sobre el piso peligrosamente mojado, soltándose de la mano de Ester que ya no podía retenerlo.

 

Muy extraño. Hacía siglos que no había oído hablar de Ester. Ni siquiera sabía dónde encontrarla. Y, que se acordara, no conocía ninguna piscina de este tamaño y aún menos que se había caído en ella. ¡No, esa pesadilla no la podía entender! Solo sabía que ya era la quinta noche y que siempre se despertaba sudando y gritando. Inclusive el martes se había caído de su cama donde nadie más que él se acostaba entre los cojines de pluma.

 

Ya era viernes y estos momentos de horror no habían desaparecido. Al contrario, se habían vuelto más intensos a pesar de haber tratado de quedarse despierto.

 

5 días habían bastado para que Esteban, habitualmente alegre y charlatán, se volviera irascible y de humor oscuro.

 

Y ahora, estas llamadas molestas que una y otra vez llegaban a su despacho. Y como ya era pasada la 6 pm, le tocaría contestarle a él. Dejo el contestador prendido y se fue al baño, no sin antes coger la botella de whisky que siempre estaba sobre el escaparate, al lado de la puerta.

 

Ester… Hacía tanto tiempo que no se había acordado de ella. ¿Cuántos años podía tener? Si él ya tenía 63, ella tendría 62 ya que la había conocido en el bachillerato cuando él cursaba 11 y ella 10mo. Que tan curioso. Había sido el amor de su vida en la época de sus 20 y la había olvidado.

 

Él, al igual que su padre, se había metido en política y Ester no lo había soportado. Algún día le había dado a escoger: o ella o la política. La política había ganado.

 

De vez en cuando, durante años, ella le había escrito. Supo que se había casado y se había ido lejos. ¿Dónde? Esteban no se acordaba. Pues en este entonces ya era concejal de la ciudad y  solo le importaba su carrera hacia el poder.

 

Por esta carrera había dejado sus amigos, sus familiares hasta sus padres con los cuales se había peleado. Todo era lícito, todo estaba permitido para llegar hasta la cúspide.

 

Había chocado con su padre, que había sido su mentor hasta ese día, cuando recibió algún dinerito extra y había votado entonces por aquel proveedor de papelería, en vez de hacerlo por la mejor propuesta. Ese día su progenitor lo había regañado y lo había tratado de ladrón.

 

No le había hecho mucho caso, pues sabía que si el autor de su vida no había llegado más lejos en los escalones públicos, era justamente por esos aires de santo y de pulcro que se había dado siempre.

 

Él, Esteban, era diferente. Impulsado por los honores, el sentirse fuerte, temido, superhombre, tenerlo todo, nunca se preguntaba si lo que hacía estaba bien hecho. Lo hacía y punto. Sin remordimiento como con Ester. Y punto.

 

Escucho el pitico del contestador cuando el aparato terminaba de recibir una llamada. ¿Quién podía ser a esta hora? Siguió disfrutando el whisky que le quemaba la garganta. Ya estaba más suelto, ya no le pesaba tanto los acontecimientos de estos últimos días…ya era nuevamente el Rey sin miedo.

 

Volvió a su oficina. Se puso su saco, ajusto su corbata y se alisto para salir. En un último momento y como reflejo escuchó el mensaje registrado en la máquina.

 

Era una voz como de ultra tumba que le anunciaba que esta misma noche iba a morir de un infarto. Se puso a reír. ¿Quién era el desocupado que lo llamaba a bromear?

 

Salió a la calle. Tomo un taxi y llego a su casa a seguir tomando. No es que le asustara demasiado la voz de la grabación, pero eso, agregado a las pesadillas y a las otras llamadas, lo hacía temblar un poco. ¿Y si era verdad? ¿Si iba a morir esa noche? Solo. ¿De qué le servía sus riquezas? ¿Y la tanta gente que tenía para protegerlo? Nadie estaba allí para socorrerlo ahora.

 

Perdido en sus pensamientos macabros, pensó escuchar del otro lado de la puerta la gran cantidad de personas que, de una y otra forma, había perjudicado: los empleados de las empresas que quedaba sin empleo por culpa de las licitaciones amañadas, sus miles de electores que habían creído en él y que había defraudado, sus padres, …, Ester. Trato de abrir la tranca y la puerta para poderles explicar. ¡Seguro que había una manera de explicarse!

 

Al siguiente día, cuando llego su ama de llaves lo encontró tirado en la alfombra de la entrada. Había tenido un paro cardíaco.

 

Y entonces Esteban, llegando donde San Pedro, como todo buen político, le ofreció un trato.

 

-      ¡Qué mal susto me dio!, expreso el astuto. Antes de cualquier decisión precipitada, San Pedro, escúcheme siquiera dos minutos. Sé que no he sido digno de entrar en el paraíso, pero le tengo una manera más eficaz para que los seres humanos hagan caso a Su Creador.

-        Escucho, dijo San Pedro, interesado pero escéptico.

-        No son llamadas que hay que utilizar porque los hombres están muy ocupados, ni sueños porque los interpretan como alucinaciones. No. Lo que hay que hacer es estar presente siempre y desde dentro, propuso Esteban.

-   No me enseña nada, le respondió San Pedro, ya tenemos la conciencia, pero muchas veces no sirve de nada.

-   Déjeme ponerle una alerta, una especie de ringtone para el celular, algo que suene bien duro para que se acuerden.

-         No, no, no. Si con 5 sueños y 4 llamadas no pudiste hacer caso.

-         Es verdad… pero es sin contar con mis dones de político.

-         Ya hemos visto como lograba las cosas…

-        No le voy a fallar. Voy a hablarles claro, directo, sin guantes y sin engaños, se lo prometo.

 

Y San Pedro, a sabiendas que el Señor de pronto no estaría de acuerdo de realizar el bien a partir del mal, pero también a sabiendas de que Su Iglesia necesitaba un revolcón para estar más cerca de la gente, propuso:

 

-  Bueno, bueno… hagamos un ensayo. Pero me prometes de comportarte honradamente.

-         Prometido sobre mi entrada al paraíso.

-      Te la voy a poner fácil: Francisco, quiero que seas la alerta de la conciencia de Francisco.

-         De Francisco, ¿Cuál Francisco?

-         ¿No conoces mi sucesor, el Papa?

-         ¿Al Papa? Pues, bueno. De acuerdo.

 

Es desde ese entonces que Esteban, el político reconvertido, se volvió la alarma de la conciencia de Jorge Bergoglio que, junto al Espíritu de Dios y a su talento nato de buen orador, llega a la gente y refresca la manera de escuchar, entender y practicar el Mensaje de la Buena Nueva.

 

Y viendo sus logros, San Pedro ya lo mando de voz de alerta a todos los que hablan y viven la Paz, la Alegría y el Amor.

 

Gracias a Esteban, la revolución del Reino sigue en marcha.