Fatima o El martirio de la inocencia.

Fátima hizo el signo de la cruz, se desvistió y se fue a la cama.

 

Fátima tenía ya 17 años, pero con el trajín del trabajo, los malos tratos y la escasa comida, parecía tener 10 más. Pero esto no le importaba a los que la había, desde temprana edad, enseñado a pintarse los labios de rojo, caminar balanceado para llamar la atención y vestirse con falda cortica y descote amplio. Es decir, de puta.

 

A punto de golpes y quemaduras de cigarrillo, racionamiento de alimentos y encierros, lograron dominar a esta pequeña trigueña, llegada por la red a la edad de 7 años. Con falsos papeles de adopción, su “madrina” la había traído, secuestrada, desde su lejana patria a este lugar lleno de hombres malos, mujeres malas, perros malos, que aún le seguían dando mucho miedo.

 

Fátima escasamente se acordaba como escribir su nombre, no sabía leer, un poco calcular y la gente que la detenía no tenía ni la más mínima intención de mandarla a estudiar. No como su verdadera mamá, allá en el barrio, que le insistía tanto para que ella fuera a la escuela.

 

Sus mamás siguientes no estaban interesadas sino en que fuera dócil, bien educada e hiciera todo lo que se le pedía. A toda costa.

 

Lavar el piso desnuda fue la primera petición y como Fátima rehusaba “desvestirse” la habían dejado en pelota 20 días, aguantando el frio de las noches sin cobija.

Después, tuvo que acostarse con el primo de su nueva mamá y dejarse tocar por todas partes. Tampoco, ella accedió pero dos enormes cachetadas la habían tumbado y dejado con un ojo morado durante 2 semanas. Después de eso, Fátima entendió que, si quería seguir con vida, tenía que jugar el juego que los adultos le pedían y solo le quedaba refugiarse en su interior y ese, al menos ese, dejarlo limpio.

 

Es así como creo un mundo paralelo, de ella sola, hecho de duendes y gigantes, de osos de peluches y de muñecas que ni siquiera compartía con las otras chicas, que como ella, habían caído en la red de esclavitud.

 

Un personaje importante en su universo de fantasía era su ángel de la guarda, el único que podía recordar de sus lindos años de infancia, y de su viaje escondida en la maleta de un automóvil. Todavía se acordaba de una cariñosa y hermosa señora enseñándole al pie de su cama, su primera oración: “Santo ángel de mi guarda, mi dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día…”.

 

Le acompañaba en todas partes que no eran muchas, pues estaba recluida en una casa con numerosas piezas de donde nunca había podido salir: allí dormían, allí comían, allí trabajaban. Si no fuera por las vitrinas en las cuales se exhibían, ella y sus compañeras, nunca vería la luz del sol. Tampoco conocería la hora ni el  país en que estaba, pues sus asiduos hablaban algunas lenguas extrañas que no podía identificar.

 

Desde los 7 años, edad a la cual había sido vendida a la organización criminal, había cambiado mucho. De niña, solo se encargaba de los perversos que pedían una chiquita, negocio muy lucrativo porque muy perseguido por las autoridades.

De joven, con la belleza tropical que había llegado a tener, era la que más rentaba para sus dueños: 5 pases al día, unos 500 dólares de los cuales ella, obviamente, nunca veía el color.

 

Aúnque tenía que lucir alegre por el negocio, Fatima estaba en realidad triste y avergonzada a morir. Refugiada en su planeta fantástico que le aseguraba vivir libre en su carcél y guardar sus adentros a salvo, su corazón cristalino y su alma virgen, le pedía a diario a su ángel guardián de sacarla de esta esclavitud. 

 

Había llegado hacia años al umbral del dolor – este punto agudo donde duele tanto que ya no se siente nada -, no sufría sino cuando los usuarios se ponían violentos. A pesar de escoger cuidadosamente a los hombres que usaba su cuerpo y ser protegida por sus proxenetas, eso pasaba en promedio cada 3 meses. Generalmente, cuando eso sucedía la retiraba 3, 4 días del mercado, tiempo suficiente para curar sus heridas o maquillar las marcas.

 

Fátima subió con un nuevo consumidor. Vestido con traje de lino, calzando charoles de cuero, difería mucho de las personas que generalmente se acercaban a las estanterías. Es por eso que le había llamado la atención. Además era joven y buen mozo.

 

Como de costumbre, Fátima hizo la señal de la cruz y se acostó esperando que el sujeto se alistara también. Presenciando el gesto que acaba de realizar la joven, el hombre se abalanzo sobre ella con un largo cuchillo, que sin dificultad penetro profundamente varias veces en el cuerpo ya inanimado de Fátima.

 

Cuando la encontraron, había perdido tanta sangre que no tuvieron más remedio, para salvar a su mercancía más preciosa y no ser acusados de asesinato, que llamar a urgencias que de inmediato la llevó al hospital cercano.

 

Este fatídico día fue para Fátima el de liberación. No solamente, tuvo que quedarse más de 3 semanas en cuidados intensivos, someterse a 2 cirugías peligrosas, ingerir toneladas de medicamentos, pero pudo finalmente saber algo de la nación de la cual no conocía sino 4 paredes de una casa de citas, hablar con alguien que conocía su idioma, explicarle todo y ser trasladada en otro establecimiento para su convalecencia.

 

Ella siempre estuvo convencida que fue su ángel custodio que la salvo de las puñaladas y que fue el diablo que la visitó vestido elegantemente y que se enfadó a la vista del crucifijo hecho a mano, mano de una inocente muchacha de 17 años.

 

No quiso quedarse entre sus familiares que la recibieron como una “resucitada” porque, después de empezar de nuevo, había entendido que Dios, usando su fe infantil para salvaguardar su alma y su vida, ahora necesitaba de ella para salvar todas aquellas niñas y niños que sobre la faz de la tierra son secuestrados y luego convertidos en esclavos sexuales.

 

Emprendió un trabajo de prevención en los colegios y escuelas de aquellos países donde nadie da cuenta de chicos y chicas arrebatados de sus ambientes y también una labor de intervención al lado de todos aquellos jóvenes ya esclavizados.

Lo realiza en el nombre de un Dios que aprendió a conocer como el Padre que nos ama y nos sigue protegiendo a pesar de lo que pensamos, a pesar de que creemos que nos deja caer, a pesar de dudar en su providencia.

 

- Su Providencia, es en ella que tenemos que seguir confiando aunque la realidad parezca imposible de superar, terrible, dolorosa, insoportable o injusta.

- Él lo puede todo, Él escribe derecho en línea torcidas, interviene, aún en las cosas malas que te suceden, para que no pierdas la esperanza, explica Fátima, recordando sus 10 largos años de camino de Cruz, cruz que, finalmente, la había salvado.