BAUTISTA.

Bautista, a sus 35 años, era un  ilustre miembro de una asociación para la inclusión de las personas discapacitadas en la sociedad. Porque él mismo había nacido con síndrome de Down.

 

Su mama, que en paz descanse, también tenía este trastorno genético. Es por eso que, a pesar de haber detectado la trisomía 21 en su hijo por nacer, había dado a luz a Bautista. Pues no había querido deshacerse de él como todos los profesionales le había recomendado, feliz que estaba, con su pareja, de recibir su bebe en este mundo.

 

El embarazo la había transformado. Ella, normalmente tan reservada, se había vuelto alegre y comunicativa. Se desplazaba con algo de rigidez y de cojera cuando se aproximaba de la gente. Primero les daba la mano y trataba de entablar el dialogo. Si les hacías caso, le mostraba su vientre ya redondo y les abrazaba.

Es lo que le había comentado sus parientes a Bautista el día de su muerte a los 54 años de una de estas tantas dificultades de salud que también él padecía.

 

Su mama había querido lo mejor para él y lo había mandado, desde su nacimiento, a cuantos programas había de atención temprana: hablar, caminar, ver, oír, pensar y hacerse entender, pintar. Había gastado todo su salario en darle las mejores posibilidades de vida. Afortunadamente, vivían suficientemente cómodos con lo que ganaba su esposo, un auxiliar de enfermería con déficit mental leve, que se había enamorado de ella a primera vista.

 

Lo de ellos dos era de admirar. Todos los días, cogidos de la mano, él le ayudaba a cruzar la calle y a subir al bus para ir a su trabajo en la misma organización en la cual ahora trabajaba su hijo. Él se iba entonces en bicicleta hasta el hospital donde laboraba empujando las camillas de los pacientes hacía cualquier tipo de examen. Le gustaba mucho su trabajo porque podía, muchas veces, con una sonrisa o una caricia, tranquilizar los enfermos.

 

Estas sonrisas y estas caricias los habían heredado su hijo, Bautista, que gracias a estas había sido siempre muy popular entre sus compañeros de escuela. Cada cual tenía que ver con él, con su siempre buen humor, sus siempre ganas de ayudar, sus piropos a las niñas y a las profesoras, su concentración a la hora de realizar una tarea.

 

La existencia de Bautista, a pesar de levantar lastima en muchos, transcurría sin sobresaltos, sin momentos desagradables.

Protegerlo, es lo que trataba de hacer por él, sus padres, pues ellos sabían que algún día sucedería un evento desafortunado que pondría en juego la salud y la vida de ese ser tan especial, tan delicado, tan dulce que era Bautista.

 

Y ese día tan temido llego. Llego sin avisar como todas las malas noticias, llego un día de verano con cielo azul cuando Bautista ya tenía 14 años.

 

Llego en una de estas tardes de grado organizadas por su institución educativa al terminar el año con la presencia de alumnos de otros colegios. Algunos de ellos, con ganas de distraerse y reírse un poco, empezaron con Bautista el juego cruel que consistía en robarle el birrete – que su mama le había expresamente pedido de cuidar - y en medio de un circulo inamistoso hacerlo correr a tratar de recuperarlo. Ese, creyendo en un inocente pasatiempo y feliz de llamar la atención, se prestó al divertimiento.

 

Desafortunadamente ese día, los padres de Bautista se habían tenido que ausentar para arreglar algún asunto legal de la administración municipal, así que no vieron el juego cruel que rápidamente degenero en tortura. Y Bautista que nunca había sentido ni rabia ni odio ni rencor en su corazón no supo cómo contestar a este ataque de salvajismo de niños como él.

 

El horror termino cuando, alertados por el tumulto sucediendo en un lado del patio de recreación, varios profesores, papas y directores se precipitaron al rescate de su estudiante más querido.

 

Pero el mal ya estaba hecho. Encontraron, Bautista prostrado, replegado en posición fetal, en el rincón más oscuro del lugar. Ya no hablaba, ya no sonreía, solamente gemía y expresaba palabras y ruidos incomprensibles sacudiendo la cabeza. Su vestido estaba roto, sucio y a su lado tirada en el suelo estaba la gorra, objeto del perverso alboroto.

 

Sin embargo de estar rodeados inmediatamente por sus amigos, intervenidos por los médicos llegados rápidamente, Bautista  entro en uno episodio psicótico agudo que necesitó un tratamiento psiquiátrico. Durante 5 meses, Bautista no volvió en sí.  No reconocía a nadie, no quería ver a nadie, se rehusaba a tomar las medicinas. De vez en cuando, se despertaba y empezaba a pelear con los jóvenes pasándose su boina.  Había definitivamente decidido apartarse del mundo y de los seres humanos para no sufrir más, sufrir de la intolerancia, sufrir de la burla, sufrir de ser diferente.

 

Su madre se quedaba a su lado, ayudada por las enfermeras, tardes y noches enteras esperando cualquier mejoría que pudiera suceder. Se acordaba de algunas de sus crisis personales y oraba al Señor que librara su hijo de la peor de las posibilidades: que su hijo nunca volviera, que su hijo se quede infinitivamente en su locura.

 

Súbitamente se acordó del canario que Bautista amaba tanto de niño y que se había muerto varios años antes. Él había hecho los días felices de su casa cuando su retoño tenía 8 o 9 años. Bautista había escuchado su canto melodioso una vez en un programa de televisión y se había antojado del animal. Pit, era su nombre, se lanzaba en completas sinfonías mientras le llegaban los rayos del sol.

 

Movida por su instinto maternal, se consiguió el pájaro y lo puso en la pieza donde Bautista se quedaba encerrado en su mutismo.

 

El cantor amarillo hizo gran efecto en Bautista que poco a poco fue recobrando la consciencia y las ganas de vivir. Lo veían sentado durante horas al pie de la jaula escuchando las increíbles armonías. Parecía como hipnotizado y se veía a su cara y a sus ojos expresivos que su mente, de espesa y fangosa hacía algún tiempo, se volvía ligera, clara y alegre.

 

Sorpresivamente, en algún momento, las enfermeras le oyeron gritar EPHETA, lo que significa ABRATE. El joven abrió la puerta de su cárcel al ave que se escapó directamente por la ventana. Y lo que podría haber sido un evento nefasto para Bautista, pues pensaban en su tristeza al haber perdido su compañero, se convirtió en una bendición. Parecía que el abrirle la puerta al volátil le había abierto también nuevamente la puerta de su clarividencia.

 

Seguidamente sus padres pensaron en sus entrañas al gran milagro que Jesus estaba realizando, como para ellos mismos años atrás, en el corazón y en el alma de su hijo.

Semanas después, el mismo adolescente explico a sus familiares y amigos que una Voz Interior le había abiertos los labios para gritar esta palabra que jamás hubiera podido inventar. Pensó que era la directa consecuencia de las oraciones de su mama y de tantas personas que lo amaba.

 

A lo largo de los días, estas mismas personas, mientras al principio se resistían a volver en acercarse por su aspecto físico tozudo, se maravillaban después de su nuevo don, una increíble sabiduría que atribuyeron a EPHETA, este grito de liberación interior.

 

 

Hoy, la vida de Bautista transcurre entre ayudar a los hombres y mujeres diferentes por aptitudes físicas o mentales. Emprende cada año la campaña en pro de la tolerancia de la cual seguramente han oído hablar.

 

Bendice al Señor con cantos de canarios. Pues en cada habitación de la institución, a cada enfermo le regala un ave amarilla, lo que produce, en cada piso, una cacofonía parecida a la repetición conjunta de varias orquestas. No le importa a Bautista que sabe que le está regalando a cada ser en pena un pedazo de cielo por medio del cual actúa el Espíritu Santo, Espíritu que descubrió vive en él como en cada ser humano.