¿Por qué sufrir?

Después de horas en la sala de espera de algún consultorio, no es sorprendente que el medico de turno nos prescriba: acetaminofén. Pues el medico aún quiera escuchar al ser humano enfermo que se presenta ante él, aún quiera recetarle algún medicamento distinto, aún quiera realizar su trabajo a conciencia, imperativos económicos dictados por sus empleadores no le permiten ejercer de otra manera que expeditiva.

 

Para los dolores de cabeza, de espalda, musculares, de estómago, de piernas, de manos, de cintura, de corazón: acetaminofén. Un solo medicamento para todas las enfermedades y un solo tratamiento: paciencia.

 

Es verdad: de tanto esperar, de tanto aguantar, de tanto pelear para ser atendido como personas, nosotros, seres humanos nos volvimos campeones en aguantar todo tipo de sufrimiento.

 

Y frente a los sufrimientos físicos y psicológicos ligados las guerras, a la crisis económica, a las separaciones familiares, a las peleas entre amigos, ya parece que nos hicimos algo inmunes a los estragos de cualquier mal.

 

Pero también parece que más que aguantar, las personas han aprendido a sublimar el dolor, más que de pensar en las causas que ven como imposibles de remediar, se han enfocado en las consecuencias de la enfermedad.

 

Las consecuencias parten de un cambio de paradigma: en vez de buscar el porqué de, se enfocan en el para qué…. y el para qué tiene que ver con aquellos vídeos de niños sanos y enfermos a los cuales les preguntaban que querían en el futuro: mientras los sanos respondía juegos vídeos, viajes, fiestas, los enfermos contestaban caminar, reír, disfrutar en familia, oler el perfume de las flores.

 

En efecto, el “para qué” tiene que ver con la manera en que logremos – después de un largo caminar – centrarnos en las cosas realmente importantes, priorizar  los sucesos  primordiales, dar un significado transcendental a nuestra existencia, ver nuestro paso por este mundo de manera diferente, de manera vital. Es eso que logra el dolor, el sufrimiento y la enfermedad que soportamos. Es por eso que nos cualifican como optimistas y alegres…a pesar de nuestra realidad a veces dolorosamente escalofriante.   

 

Muchos de nosotros,  viviendo el calvario del cáncer, del sida, del Alzheimer, de parálisis parcial o total, de artrosis degenerativa…. negaremos esta tesis porque no alcanzamos a salir de hoyo, a superar la tristeza, a sobrellevar las dolencias, a quitarnos el miedo a la muerte, a vivir sin buscar culpables, a NO gritar al cielo soportando torturas indescriptibles en nuestra carne.

 

A estos pares atormentados, abatidos, a veces revolcándose en sus agonías, solamente les podemos y debemos acompañar en sus martirios.

 

Lograr que acepte después de rendirse el cuerpo y la razón dejando espacio al alma, lograr el desapego a lo fútil, a lo vano, a lo vanaglorioso hacía la concentración en lo espiritual es lo que se necesita a fin que no se hunden cada vez más en la vía sin salida de la desesperación.

 

Tan curioso eso: el sufrimiento nos vuelve más fuerte, vivaz, penetrante, despierto y feliz. Es lo que nos mostró con su resurrección “el man que está vivo” desde hace más de 2000 años: detrás de toda muerte y todo sufrimiento brota la vida con más intensidad y más plenitud.